Paraguay_Curuguaty. El precio de la lucha por la tierra
Cada vez que entra el tribunal en la sala y exclaman ‘en pie’, nos mantenemos sentados. Sabemos que es un acto de desobediencia y que no es propio de perfil bajo, pero somos incapaces de renunciar a ese maravilloso acto de libertad. Nos parece que aquellos hombres y mujeres que representando la justicia son incapaces de deponer sus circunstancias personales -por más que estas les pesen- y obran de tal modo que la máxima de su acción no puede convertirse en ley universal, no merecen ningún tipo de respeto. Y más aún, cuando la libertad de 9 hombres y 4 mujeres depende de ellos.
13 campesinos y campesinas inocentes, que en acto de desobediencia civil ejercían su libertad y derecho a un pedazo de tierra en la cual poder vivir y cultivar en el Paraguay. A nuestros ojos, eso les llena de razón, de razones, de dignidad y dignidades. Erich Fromm lo afirmó, “el acto de desobediencia como acto de libertad es el comienzo de la razón”. Ahora bien, ¿cuáles son las razones del Estado paraguayo para juzgarles?
La sociedad paraguaya, pocos meses después de lo ocurrido, ejerciendo su derecho a conocer la verdad, interpelaba al Estado preguntando: ¿qué pasó en Curuguaty? Hoy, la pregunta se ha instalado en el debate social y político no solo del Paraguay, ha traspasado fronteras, pintado calles, dibujado camisetas y escrito libros, reflejando que no hay una respuesta sino un conjunto de acontecimientos artificiosamente encubiertos y de difícil comprensión, detrás de los cuales está la derecha paraguaya en alianza con el imperialismo norteamericano.
¿Qué pasó en Curuguaty?
El 15 de junio de 2012, 326 policías con furgones, caballería y un helicóptero entraron a desalojar ilegalmente las tierras públicas de Marina Kué, en la comunidad de Yvypytã, departamento de Canindeyú, donde acampaban decenas de familias sin tierra. El resultado de la invasión dejó 17 muertos, 11 campesinos, varios de ellos ejecutados una vez heridos, y 6 policías. Y de igual modo que a los hechos les preceden las intenciones, las consecuencias de esos hechos quieren responsables; responsables que poco o nada tienen que ver con esas intenciones y que acaban siendo el chivo expiatorio del suceso.
Aquellos campesinos y campesinas que lograron ponerse a salvo fueron imputados por la muerte de los 6 policías. Poco importa lo que develara la autopsia; estas pruebas iban a ser silenciadas en pos de una condena injusta. Los campesinos asesinados quedaron en el camino y su muerte hasta el día de hoy no ha sido investigada ni sancionada. Y es que en Paraguay pasan cosas muy raras, tan raras como que esta matanza significó el inicio de la mayor crisis política del país en el siglo XXI y la continuación del nuevo modelo de Golpe de Estado en América Latina, inaugurado en Honduras en 2009.
Fernando Lugo, la democracia golpeada
El 20 de abril de 2008 se acude a las urnas por quinta vez después del fin de la dictadura de Alfredo Stroessner en 1989. Ese mismo día, después de seis ininterrumpidas décadas en el poder, pierde las elecciones el Partido Colorado. El osado era un obispo católico llamado Fernando Lugo, el cual asumió el mandato el 15 de agosto después de recibir una dispensa papal en la que se le concedía la vuelta al estado laical y, por ende, la pérdida del estado clerical para ejercer como político. Decían que enarbolaba una bandera cercana a la Teología de la Liberación, sin embargo, al carecer de estructura, su partido, el Frente Guasú haría alianza con el tradicionalista Partido Liberal Radical Auténtico. Bajo esas circunstancias, la recuperación del Estado de Derecho prometía ser tarea complicada. Y si bien es cierto que sus objetivos principales fueron la reforma agraria, el mejoramiento de la justicia y la recuperación de la soberanía energética, sus logros fueron discretos. Los movimientos campesinos estaban en una encrucijada ante el lento avance hacia la igualdad: si se movilizaban podrían debilitar al gobierno y favorecer la estrategia de desgaste de la derecha; si no lo hacían se suavizaba la presión y se retardaba el proceso de cambio. Se optó por distender, así de 169 ocupaciones de tierra se abandonaron un centenar.