19 febrero, 2020

El zapallo que era Flores

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El zapallo que era Flores
Te digo que lo plantó el loquito que vive en el bajo autopista de Portela
 

Te digo que lo plantó el loquito que vive en el bajo autopista de Portela -le espetó el dueño de la remisería al cafetero y este se lo dijo a la mujer policía y así corría el chisme, casi tan rápido como el crecimiento del zapallo, que se aferraba con sus zarcillos al enrejado del talud de la autopista hasta llegar a la rotonda de Los Virreyes, llamada desde el 2011 por iniciativa del director de la escuela 23 de 11
Enrique Samar «Plaza Tupac Amaru».
Tan voluptuoso era el discurrir de sus tallos que utilizaba como tutores a los timboes (Enterolobium contortisiliquum) de la plaza. La sonrisa del director parecía ensancharse desde el mural que lo honra: ¡Whipay!, gritaba la banda de sikuris desde la cabecera del subte; ¡Whipay!, contestaba la murga con un redoble de alegría desde el talud de la autopista .
– ¡Este crecimiento no es sustentable! -bramó el presidente de la Junta Comunal número siete y se apersonó con una cuadrilla de operarios munidos de motosierras, hachas, machetes y bordeadoras pero apenas se podaba un brazo ya salían dos en su lugar, como la mitológica hidra.
Como la situación desbordaba cucurbitáceamente, la Junta Comunal se reunió de de urgencia en el sexto piso del edificio de Culpina y Rivadavia y elaboraron una estrategia mientras la guardia urbana servía café y oteaba el horizonte con largavistas para vigilar las últimas novedades del zapallo. – ¡Pongamos en valor sus frutos! – sugirió el más anciano y sabio de los siete comuneros- Tome
nota, secretaria. Y la secretaria anotaba las palabras «rejas», licitación», «estudio de impacto ambiental» y en pocas horas ya todo era un proyecto de ley a ejecutarse de manera expedita.
Pero el zapallo no descansaba. Se había encaprichado en progresar hacia el norte y ya dominaba la avenida Directorio en donde enjambres de abejas (Apis Mellifera L.) polinizaban sus flores y causaban indignación entre los vecinos que paseaban sus perros.
-¡Qué se piensa!, ¿Se cree el dueño de la calle? -amenazaba con su bastón una viejecita desde un quinto piso. -¿Por qué no lo queman? -aconsejaba el quiosquero de Ramón L. Falcón- ¡Fumíguenlo!-gritaba un taxista mientras enarbolaba una banderita argentina.
Indiferente a los gritos y bocinazos, el zapallo ya llegaba hasta la avenida Rivadavia, el antiguo “Camino Real”. Desde la estación cabecera del Metrobús Roberto Arlt, un grupo de elite de la Policía lo apuntaba con rifles de alta precisión.
A los costados de la senda zapallar aparecían nuevos laderos: los tomates se injertaban en los tutiás (Solanum sisymbriifolium) y sus frutos generosos saltaban hacia las manos que pedían limosnas. Los diminutos mastuerzos (Coronopus didymus) brindaban poderes afrodisiacos a esa bacanal de hojas pubescentes. En el pasaje Salala, pegado a la La Basílica de San José de Flores, las persianas colgaban un listón de luto al tiempo que se cerraban.
 El tránsito colapsaba y el zapallo ya salía por las pantallas de celulares y televisores. Ya era un hashtag relevante que superaba al crimen del carnicero y a los amores de Sol Pérez.
La Comuna desata, en el paroxismo, el combate final. Por cadena nacional, el presidente anuncia el éxodo del barrio de Flores a Caballito y la construcción de una empalizada de 100 metros para rodear al zapallo. La comisión de Planeamiento Urbano se reúne de urgencia en la Legislatura y aprueba la reforma del Código homónimo (la altura máxima permitida es de 48,5 metros para “respetar la identidad del barrio”). Marchas de protesta espontáneas se vislumbran bajo las flores del zapallo con carteles que rezan “No a los muros” y denuncian la licitación irregular adjudicada al grupo IRSA (Inversiones y Representaciones Sociedad Anónima).
Los cronistas de diversos medios que cubrieron este acontecimiento ya no se dedican al periodismo (un buen oficio siempre que se abandone a tiempo). La mayoría bebe ginebra en tugurios y rompen cristales de locales en Avenida Avellaneda con bulones. Juran y perjuran que el zapallo ya no se contenta con un barrio, que una ciudad le queda pequeña. Aseguran que ahora intenta plagiar el Cosmos.
Autor: Silvio Florio para www.lacomuna7.com.ar

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