No me peguen, soy Alberto.
No me peguen, soy Alberto...retumba el grito, al modo del teatro griego, el coro canta..."no le peguen, es Alberto", y repite en letanía...no le peguen es Alberto.
Alberto, un muchacho de barrio humilde, con aspiraciones ascendentes.
Rápidamente descubre, que es mejor agradar a los superiores, cuidar con uñas y dientes, "los miseros, escalones conquistados".
No peguen, soy Alberto, grita megáfono en mano, con Fabiola a su lado, daban ganas de gritar, no le peguen es Fabiola.
Déjenlo a él, es Alberto, lo van a reconocer y la multitud doliente, vociferante, que había convocado para despedir al único, que nunca necesito pedir que no le peguen, porque se cansaron de hacerlo.
No me peguen, soy Alberto, murmuraba cuando fue a la casa, de una Negra, Coya y Mujer, encarcelada, golpeada, humillada, por quien recibe, recibió y recibirá, el abrazo y la sonrisa de Alberto.
No pegues soy Alberto, le susurro a la Gigante de los ajusticiadxs, cuando quiso dar vuelta una pagina, muy pesada para el débil brazo oficinista.
Así órbita, Alberto. Entre grises y oscuros, mascullando la envidia de no poder. Cosa rara, digna de estudio, ¿desatara una pasión incontrolable, la cercanía a los poderosos de España?
La necesidad aspiracional, de ser mas de lo que se es. La Vida, desde el claustro, se ve distorsionada, difuma la realidad, navegar entre el deseo, aspiracional eurocentrista, y la mera realidad, de tener una pobre aspiración porteñocentrista.
No le peguen es Alberto, el se pega solo...
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