Empecemos por el final. El acto se hace interminable y es obvio que así sea; quienes rondamos a las familias que podemos, conocemos la necesidad de decir al menos el nombre de quién no está. Son muchos, nos resultan inabarcables todos los casos; no hay manera de dar cobertura a todos, son demasiados. ¿Cómo hacer para que hablen solo dos o tres en la Plaza de Mayo? Imposible. Llegaron hasta allí, no sin esfuerzo y con un empuje claro y visible de Emilia Vasallo, la mamá de Pablo Paly Alcorta, asesinado en 2013 tras meses de agonía. ¿Cómo no darles voz a todas? Imposible. O, en todo caso, difícil de llevar adelante cuando están en plena coordinación, en el inicio latente de algo que no sabemos aún qué forma tendrá. Hablan todas. Mayoría de madres angustiadas. Algunos papás que alzan su voz. Otra vez las madres.
Son varias las personas que en el uso del micrófono marcan dos referencias además de la de Vasallo. Una, la primera, la inevitable, la de Nora Cortiñas, que por supuesto está allí. No puedo dejar de preguntarme qué pensarán al verla, ¿verán su futuro? ¿será que cuándo sean grandes quieren ser sabias como ella? En esas miradas húmedas de todo el día que se vuelven sonrisas cuando la miran a ella, además de admiración, se ve, también, la búsqueda de la respuesta más difícil, la que no se puede responder: ¿Cómo se hace para sobrevivir al asesinato de un hijo? ¿Cómo Norita?, decinos, parecen decirle.
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