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Tomar el toro por los cuernos: reducir la producción industrial de carne y lácteos puede frenar su impacto negativo en el clima
Cuando pensamos en los grandes causantes del cambio climático, con frecuencia pensamos en automóviles y transporte aéreo. Pero los cambios producidos durante el siglo pasado en el modo en que son producidos y consumidos los alimentos, ha resultado en emisiones de gases con efecto de invernadero mayores que las procedentes del transporte. ¿El principal culpable? La producción industrial de carne y lácteos.
La estimación oficial citada con más frecuencia sostiene que el sistema alimentario es responsable de hasta un 30 por ciento de todas las emisiones de gases con efecto de invernadero.[1] Algunas de estas emisiones se deben al aumento de los alimentos empacados y congelados, a las mayores distancias que los alimentos deben ser transportados y al aumento de los desechos alimentarios. Pero la fuente más importante de emisiones de gases con efecto de invernadero relacionadas con los sistemas de producción alimentaria es el aumento del consumo de carnes y lácteos —ocurrido por la expansión de la ganadería industrial y de cultivos para alimentación animal con uso intensivo de agroquímicos. La Organización para la Alimentación y la Agricultura de Las Naciones Unidas (FAO) señala que sólo la producción de carne genera mayor emisión de gases con efecto de invernadero que todo el transporte mundial combinado.[2]
No es posible continuar por este camino sin rebasar el objetivo establecido por los gobiernos en París en 2015, de dos grados Celsius para el año 2050.[3] Reducir el consumo de carnes y lácteos es un imperativo, especialmente en EUA, Europa y otras naciones ricas que llevan décadas subsidiando la producción industrial de carnes y lácteos. Las leyes en estos países han generado ganancias astronómicas para las corporaciones erosionando la salud de sus poblaciones mientras dañaron as condiciones climáticas el planeta.
Figura 1. Mapa: ¿Cuánta carne comen las personas en todo el mundo?
Disminuir este consumo requiere primero entender qué sistemas de producción de carne y lácteos son los que provocan los mayores daños y los mecanismos y políticas que los impulsaron. Los pequeños ganaderos en los países pobres y los campesinos que ejercen una agricultura diversificada, no son el problema. El verdadero crimen climático es la producción industrial en agro-factorías —promovida por el presión ejercida por las corporaciones de la carne, los subsidios que reciben y los acuerdos de libre comercio.
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