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10 enero, 2018
Reseña: En ‘Los archivos del Pentágono’, la democracia sobrevive a la oscuridad
Los archivos del Pentágono, el nuevo y emocionante drama de Steven Spielberg, trata el tema preferido de los periodistas: ellos mismos. Ambientada en su mayoría durante unas cuantas semanas de 1971, se centra en la decisión de The Washington Post de publicar fragmentos de los Documentos del Pentágono, un inmenso informe clasificado en el que se registró la participación de Estados Unidos en el sureste de Asia desde la Segunda Guerra Mundial hasta 1968.
En manos de Spielberg, esa decisión se convierte en un intrigante thriller sobre la libertad de prensa, la guerra de la Casa Blanca contra ese derecho constitucional y la mujer que defendió esa libertad mientras usaba un fabuloso caftán dorado.
La historia real comienza con Daniel Ellsberg, un miembro de la Marina que también trabajó como investigador gubernamental y después se convirtió en un pacifista clandestino que primero le dio los documentos a The New York Times. Este diario comenzó a publicar partes de los archivos el 12 de junio de 1971.
Después de que el fiscal general John Mitchell acusara a este diario de violar la Ley de Espionaje, un juez ordenó que se dejaran de publicar los documentos. En una época central de la historia estadounidense, el gobierno estaba evitando que la prensa publicara esa información, argumentando que afectaría la seguridad nacional. Poco después, The Washington Post, que había estado redactando artículos a partir de aquellos que salían en el Times, comenzó a publicar sus propios fragmentos y formó parte de un enfrentamiento en la Suprema Corte respecto de la primera enmienda.
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Los documentos del Pentágono le dan al filme su pulso y su peso; el antagonismo entre el gobierno y los medios le da un aire de actualidad. Aún así, concebir un drama a partir de un diario que no fue el que reveló la historia parece un extraño camino hacia el triunfalismo hollywoodense, aunque el Post estaba a punto de convertirse en un influyente medio nacional.
También está el asunto de la importancia de los documentos del Pentágono. En sus memorias, Ben Bradlee, el antiguo director de The Washington Post —que Tom Hanks interpreta magistralmente, con una elegancia hipermasculina y un acento bostoniano que viene y va— les dedica a los Documentos del Pentágono cuatro veces la cantidad de espacio que le dio al Watergate (una noticia que sí fue primicia de ese medio). Solo que en la película el reflector no está enfocado en Bradlee, sino en su jefa, Katharine Graham (Meryl Streep), la editora del diario.
La historia comienza en 1966 con Daniel Ellsberg (Matthew Rhys), un analista gubernamental que está en una misión de recopilación de datos en Vietnam, redactando informes en su máquina de escribir portátil entre explosiones y derramamiento de sangre.
El secretario de defensa, Robert McNamara (Bruce Greenwood, que tiene una sonrisa de hielo y el cabello perfectamente peinado y brillante), cree que la guerra no va bien pero describe de manera falsa y burda el progreso estadounidense a los periodistas. Decepcionado por la postura oficial, Daniel termina por rebelarse en la clandestinidad y se propone publicar los documentos, una decisión trascendental que Spielberg reproduce con sombras espeluznantes y la que podría ser la escena de fotocopiado más estresante en la historia del cine.
La historia sigue con Katharine, quien despierta sobresaltada de un sueño, un artero presagio de los enormes despertares que vendrán, tanto los suyos como los del país. Está a punto de hacer que su empresa cotice en la bolsa, una decisión que ella y un asesor cercano (Tracy Letts, ácido y mordaz) esperan que la estabilice financieramente. Sin embargo, durante la semana en que llegan a ese acuerdo, la empresa será vulnerable temporalmente a sus aseguradores.
La oferta de acciones, escribe Graham en sus memorias, estaba programada para el 15 de junio. Dos días después, el Post tenía los documentos. Lo que sucedió a continuación son hechos conocidos, de manera que la historia le quita toda la sorpresa al argumento del filme. El placer de ver esta película es que te revela cómo sucedió todo.
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Meryl Streep como Katharine Graham, la editora de The Washington Post Credit Niko Tavernise/Twentieth Century Fox
En su mayor parte, todo sucedió rápido, una velocidad que Spielberg transmite con ritmos acelerados, pies veloces, cámaras apresuradas y una versión placenteramente libre del material de origen. Con su equipo veterano y virtuoso, Spielberg retrata la escena vívidamente y con toques de belleza; lo más sobresaliente es que crea entornos visuales distintos para los dos principales mundos de la historia, que se superponen y a veces chocan.
Katharine domina uno; al principio está encerrada en su imperio de madera y luces tenues. Ben gobierna el otro, mientras observa a los guerreros que teclean en la sala de redacción ruidosa y resplandeciente (la diseñadora de vestuario, Ann Roth, le da a Katharine un brillo sutil, y la lleva de un gris plomizo a un dorado vaporoso).
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