https://www.nytimes.com/es/2018/11/01/paul-krugman-elecciones-odio/?emc=edit_bn_20181102&nl=boletin&nlid=7931977520181102&te=1
En el Estados Unidos de 2018, el whataboutism —el “ytuqueísmo” o equivalencia falsa, ese recurso retórico usado en política en el que se contra argumenta con una crítica a otra, en el que se intenta poner en la misma balanza un traspié pequeño con una maldad grave— es el último refugio de los sinvergüenzas y el “bibandismo” (afirmar que ambos bandos son igualmente buenos o malos) es el último refugio de los cobardes.
En caso de que no lo hubieran notado, estamos en medio de una ola de crímenes de odio. Tan solo en los últimos días, varios demócratas importantes, así como CNN, recibieron artefactos explosivos por correo. Luego, un hombre armado masacró a once personas judías en una sinagoga de Pittsburgh. Por otra parte, otro hombre armado asesinó a dos personas negras en un supermercado de Louisville después de tratar primero, sin éxito, de allanar una iglesia de feligreses afroestadounidenses —de haber logrado entrar una hora antes, probablemente habría habido otro asesinato masivo—.
Todos estos crímenes de odio parecen tener una clara conexión con el clima de paranoia y racismo que Donald Trump y sus aliados en el Congreso y en los medios fomentan deliberadamente.
Matar gente de raza negra es una antigua tradición estadounidense, pero está experimentando un resurgimiento en la era de Trump.
Cuando se descubrieron los artefactos explosivos, muchos miembros de la derecha de inmediato afirmaron que eran noticias falsas o una operación falsa orquestada por parte de los liberales. Sin embargo, el FBI de inmediato rastreó la supuesta fuente de los dispositivos explosivos: un simpatizante fanático de Trump, a quien muchos ya están llamando el “MAGABomber”, una combinación de la sigla de “Make America Great Again” (Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo) y “bombardero”. Los destinatarios eran personas y una organización noticiosa a las que Trump ha atacado en varios discursos (desde el envío de los artefactos explosivos, Trump ha continuado atacando a los medios noticiosos diciendo que son “el enemigo del pueblo”).
El hombre arrestado en la sinagoga Tree of Life (Árbol de la Vida) ha sido crítico de Trump, ya que al parecer el atacante cree que el presidente no ha sido suficientemente antisemita. No obstante, su odio parece estar motivado por una teoría de conspiración que los simpatizantes de Trump han propagado de manera sistemática: la afirmación de que financiadores judíos están trayendo gente morena a Estados Unidos para desplazar a los blancos.
Resulta que esta teoría de conspiración es un principio básico para los neonazis en Europa. Es de lo que nuestros propios neonazis —a quienes Trump llama “gente muy buena”— estaban hablando en Charlottesville el año pasado, cuando gritaban a coro: “Los judíos no nos remplazarán”.
También es el subtexto apenas disimulado de la histeria fabricada sobre la caravana de migrantes potenciales de Centroamérica. Los alarmistas no solo están pintando a un pequeño grupo de gente asustada y hambrienta que todavía está lejos de la frontera estadounidense como una invasión inminente. También están insinuando de manera sistemática que los judíos de algún modo están detrás de todo esto. Hay una conexión directa entre la cobertura de Fox News de la caravana y la masacre de la sinagoga.
¿Así que cómo están lidiando los defensores de Trump con esta fea imagen? En parte, mediante la negación, simulando no ver la conexión entre la retórica de odio y los crímenes de odio, pero también mediante intentos de repartir la culpa afirmando que los demócratas son igual de malos, si no es que peores. ¿Los simpatizantes de Trump tratan de asesinar a quienes lo critican? Bueno, pues, ¡algunos opositores de Trump les han gritado a políticos en restaurantes!
Este ytuqueísmo no se detiene con equiparar las protestas con la violencia. También recurre a las mentiras descaradas.
El día después de la masacre de Pittsburgh, John Cornyn —el segundo republicano más importante en el Senado— tuiteó: “Pelosi: si hay ‘daño colateral’ para esos que no comparten nuestras opiniones, ‘que así sea’”. Esta es, simple y llanamente, una mentira. Lo sé, porque estuve ahí.
El comentario de Nancy Pelosi sobre el daño colateral surgió en una entrevista que le estaba haciendo frente a una audiencia en vivo. Ella no estaba hablando sobre castigar a los opositores políticos. Más bien, se refería al impacto económico de las políticas para combatir el cambio climático, que admitió que afectarían de manera adversa a algunas industrias aun si ayudaban a otras. Muchas personas le han señalado esto a Cornyn; al momento de escribir esta columna, Cornyn no se había retractado de su afirmación falsa.
La cuestión es la siguiente: los simpatizantes de Trump no son los únicos que están tratando de hacer creer que el presidente está haciendo lo mismo que todos, que los demócratas son igual de malos y también responsables en la misma medida por la explosión del odio.
Las equivalencias falsas, retratar a los partidos como simétricos incluso cuando claramente no lo son, han sido desde hace mucho la norma entre los autoproclamados centristas y algunas figuras mediáticas influyentes. Se trata de una postura que ha beneficiado enormemente al Partido Republicano, a medida que se ha vuelto cada vez más el partido de los extremistas de derecha.
Tal vez hayan pensado que los acontecimientos espeluznantes de los días recientes por fin lograrían acabar con esa norma. No obstante, si lo pensaron, están en un error. Como vemos, el bibandismo es un culto fanático inmune a las evidencias. Todos sabemos que Trump alardeó de que sus simpatizantes no lo abandonarían ni aunque le disparara a alguien en la Quinta Avenida; lo que no señaló fue que los comentaristas piadosamente atribuirían la balacera a una “falta de civismo” y que los programas de debate del domingo presentarían a los defensores del tiroteo de la Quinta Avenida y los escucharían de manera respetuosa.
Esto tiene que acabar y se tiene que señalar y reprender a los practicantes del bibandismo. A estas alturas, simular que ambos lados son igualmente culpables o atribuir la violencia política a la diseminación del odio sin señalar a los responsables de propagarlo, es una profunda cobardía.
El hecho es que un lado del espectro político está difundiendo el odio, mientras el otro no lo hace y negarse a señalarlo por miedo a sonar partidista es, en efecto, coludirse con la gente que está envenenando nuestra política y darle tranquilidad. Sí, el odio está en la boleta electoral de la semana próxima.
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