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16 octubre, 2009
Mujeres Religiosas por la Paz
Cinco devotas de distintos credos -católico, judío, islámico, protestante y budista- hablan del lugar de la mujer en la religión y cuentan por qué la sensibilidad femenina puede traer paz al mundo
Un encuentro que parecía imposible: Fátima Hesain, musulmana, y la rabina Sarina Vitas coinciden en su llamado a la paz. Aseguran que las religiones no justifican las guerras
Esta nota surgió a raíz de una búsqueda personal, de un viaje interno que seguramente tiene lugar en un momento de la vida en que desaceleramos para detenernos a reflexionar. Cuando ante tanto estímulo exterior se produce un mecanismo de defensa y la respuesta es una mirada más espiritual. Chicas católicas, de Casey Curtí, una obra de teatro que dirigió Alicia Zanca en el Picadilly, me resultó inspiradora. El Código Da Vinci, de Dan Brown, me disparó algunas dudas. Y un domingo a la tarde me atrapó en el canal A&E Mundo una película sobre la última gira de Madonna en la que se mostraba su relación con la religión, con el estudio de la Cábala, y se la veía en Israel pronunciando un discurso por la paz. Me pregunté por el lugar de la religión en mi vida, y pensé en investigar qué territorio ocupamos las mujeres en la religión.
Marita Fontanarossa, impulsora del Diálogo Intercultural en la UBA, me envió un texto del teólogo Raimon Panikkar: “Las lenguas modernas –dice– están impregnadas de patriarcalismo. Es hora de superarlo. El término latino homo significa ser humano y no hombre ni mujer”. En el diario El País de Madrid, por su parte, Juan José Tamayo escribió: “Esto no es ficción: María Magdalena fue una pionera”.
Entre lecturas y charlas con otras mujeres, vino a mi mente otra cuestión: la del pensamiento estratégico que, en realidad, está ligado a una idea de futuro. ¿Habría ejemplos claros de la relación entre la religión y la estrategia? Si la religión da respuestas a corto y a largo plazo, la fe acompaña a quien se entregue a ella en la idea de futuro.
En Hannah y sus hermanas, Woody Allen expresaba: “Nunca voy a encontrar la felicidad buscando respuestas”.
Sin embargo, formular preguntas puede hacernos felices. Los diálogos con las mujeres de esta nota confirmaron la vieja sospecha de que hay cosas que históricamente las mujeres no sabíamos... por el solo hecho de ser mujeres. Por ejemplo, para los judíos ortodoxos, hay partes de los libros sagrados que las mujeres no están capacitadas para leer. Una podría preguntarse por qué Madonna anda por el mundo estudiando la Cábala y las judías más comprometidas no pueden hacerlo. Otro ejemplo: la enseñanza de la teología para las mujeres católicas es algo relativamente nuevo, surgida a partir de Concilio Vaticano II.
Las mujeres de esta nota dieron un argumento sólido a su fe. Ellas son la rabina Sarina Raquel Vitas, la teóloga católica Andrea Sánchez Ruiz, la profesora protestante Diana Rocco, la joven musulmana Fátima Yohayna Hesain y la lama Consuelo Navarro Campos. En cada charla se coló una mención a los hijos, al marido, a una madre, a la familia. La metáfora más maravillosa de las mujeres y la religión: lo abstracto y lo concreto de las cosas cotidianas.
La fe tiene mucho que aportar en un mundo lleno de tecnología que en algún punto nos informa, pero nos deja solos. Si la modernidad apunta a lo individual, la dimensión religiosa genera solidaridades. Y las solidaridades encarnadas en mujeres quizá sean las generadoras de un mundo más pacífico.
Por Any Ventura
Fotos: Graciela Calabrese y Martín Lucesole
Andrea Sánchez Ruiz
Teóloga
Está casada y tiene tres hijos jóvenes. Pero lo que define a esta mujer de 46 años es una opción de vida que asume en cada gesto.
Andrea Sánchez Ruiz es miembro de la Institución Teresiana, una asociación privada de fieles. Cursa la licenciatura con especialización en teología sistemática en la Universidad Católica Argentina, donde enseña, precisamente, teología. Es, además, catequista de niños, adolescentes y adultos, y profesora de enseñanza primaria en el instituto Pedro Poveda.
Un viernes a la tarde llegamos a su casa de Olivos y la acompañamos en su recorrido cotidiano. La seguimos hasta el lugar donde da clases, la Escuela Diocesana de Catequesis de San Isidro, institución que también dirige; hasta la parroquia de la que forma parte, la Asunción de la Virgen, de Olivos, y por último de vuelta hasta su casa, lugar de encuentro con su familia, donde mantuvimos la siguiente charla.
–¿Por qué decidió estudiar teología?
–Siempre fui muy inquieta intelectualmente, y no me satisfacían las respuestas a algunas de las preguntas que yo hacía en torno a temas religiosos. Concretamente, a la Biblia. Cuando terminé la secundaria, elegí el magisterio y a la vez empecé a estudiar para ser catequista. Esto despertó en mí una inquietud cada vez más fuerte. Una vez que me recibí de maestra, decidí seguir estudiando y apunté a la teología para seguir profundizando, buscando respuestas y esperando poder decir una palabra.
–¿Cuáles eran esas preguntas que se hacía y cuyas respuestas no le satisfacían?
–Eran, sobre todo, en torno a temas bíblicos; lecturas de textos que nos narraban como si fueran historias de cuentos: yo no los podía creer así. Me resistía a creerlos así.
–¿Recuerda alguno en especial?
–El relato del paraíso, por ejemplo. Siempre me pareció sospechoso que los hechos hubieran ocurrido de esa manera. Yo me decía: esto no puede ser así; tiene que tener otra explicación. Y como no encontraba las respuestas, las busqué en ámbitos de estudio
–¿Cómo es vivir esta vida esperando la otra? ¿Cuál es la idea del paraíso que le resultaba sospechosa? ¿El lugar del placer?
–Yo tengo ahora el momento del placer. No espero el más allá como algo que no tenga más acá. Es decir, lo anhelamos, por supuesto, y vivimos en la esperanza; pero eso no quiere decir que no gustemos ya, desde ahora, de los bienes que se nos prometen: la alegría, el gozo, la vida comunitaria, los sacramentos, son anticipos de este don de Dios que ya empezamos a gustar. El mismo amor que compartimos lo es.
–Hasta hace unos años, las mujeres no podían estudiar teología. Las que querían avanzar en sus conocimientos seguían filosofía. ¿Hay un techo en esa búsqueda?
–Sí, pero ese techo no estaba en el orden asistemático. Muchas mujeres han profundizado, han leído autores y autoras, pero sin una carrera sistemática y sin acceder a un título. Esto es nuevo, y es posible a partir del Concilio Vaticano Segundo.
–¿Hay muchas mujeres teólogas?
–Las mujeres que nos dedicamos a la teología solemos reunirnos. Somos unas cuantas, y cada vez comienzan a estudiar más. Algunas son ya licenciadas y otras, doctoras. Las que superan los sesenta años son las menos.
–¿Alguna vez pensó en tomar los hábitos?
–Sí, pero el tema vocacional no pasa por lo intelectual, sino por otro lado, por lo menos en mi propia historia. En un momento de mi vida me pregunté qué era lo que Dios quería de mí. ¿Cuál es el proyecto que tiene para mí, para ser realmente feliz? En ese momento, estando de novia y contenta con mi noviazgo, pensé si era el matrimonio lo que Dios quería para mí. Fue una encrucijada. Ahora, ya hace veinticinco años que estoy casada.
–Hay quienes sostienen que la religión no da respuesta a lo que uno quiere, sino a lo que uno necesita. ¿Puede identificar que le pasa a usted?
–En realidad, más que la religión yo diría que es Dios el que en mi vida personal me colma. Trato de que mi querer coincida con su querer.
–¿A veces no coinciden?
–Hay momentos de oscuridad en que uno tiene proyectos que no se concretan, y se pregunta: acá, ¿por dónde anda Dios que no lo encuentro? Y sin embargo, con el correr del tiempo, una va descubriendo el sentido de las cosas.
–¿Por qué cree que el Código Da Vinci despierta inquietud, más allá de que la película pueda considerarse floja y el libro, mal escrito?
–Yo me quedé pensando mucho en el fenómeno del Código Da Vinci. Me da la sensación de que, para nosotros, los creyentes, es un desafío más que una inquietud. Un desafío por conocer más, por aprender, por estar informados y formados. Y es un desafío en cuanto a sostener que nuestra fe no pasa por una novela, sino por profundizar más en lo que creemos y buscar respuestas. Porque las respuestas están: hay que encontrarlas.
–La gran pregunta es acerca del rol de María Magdalena. ¿Era una pecadora, una prostituta, según el común de la gente, o una estudiosa seguidora de Jesús, es decir, una intelectual?
–Para acercarnos a María Magdalena, los textos que están en los Evangelios ya nos dicen mucho. En primer lugar, no nos dicen que era una prostituta, sino una discípula, una seguidora de Jesús. Y en segundo lugar, sobre todo, nos dicen que María Magdalena fue la primera testigo de la resurrección: que se encontró con Jesús y lo vio resucitado. Ella fue la que les anunció después a los demás lo que había visto y conocido. Entonces, es discípula, es testigo. Con eso nos alcanza. El hecho de que, en un contexto en que no era creíble el testimonio de las mujeres, ella haya podido anunciar a los que estaban allí reunidos que Jesús había resucitado ya es de una gran riqueza. Y eso nunca se ha ocultado. Ahora bien, si de las personas no se cuenta todo, o se cuentan parcialmente sus hechos para que no aparezcan en todo su esplendor, ya es cosa que está al margen de los textos evangélicos.
–En el Código Da Vinci y en algunos otros libros se habla de la relación amorosa entre María Magdalena y Jesús. ¿Eso cambiaría mucho la historia? ¿Sería grave que Jesús se hubiera enamorado?
–A mí, personalmente, no me cambiaría a Jesús. De hecho, pensar un Jesús que haya tenido amigas; que, de hecho, fue a una boda; que vivió la vida de cualquier hombre de su época es lo que tenemos en los Evangelios: un varón que, en lo cotidiano, vivía como cualquier varón de su época.
–Entonces, ¿eso no le cambia su imagen de Jesús?
–No, pero de hecho no me lo imagino así porque no es lo que he leído en los Evangelios desde que era chica. Por otro lado, no veo por qué un vínculo de amor como el matrimonio tuviera que afectar negativamente a la figura de Jesús como para necesitar ocultarlo.
–¿Por qué cree que hay una lectura de los textos sagrados que deja afuera a las mujeres?
–En la época, que una mujer fuera discípula era algo inusitado. Magdalena, de hecho, fue discípula; y María se sentó a los pies del maestro para escuchar sus enseñanzas. Ya todo esto era una novedad. Creo que hay que recuperar de la Biblia a muchas mujeres que, a pesar de estar en sus páginas, resultaron invisibles. Tenemos que hacerlas visibles y aprender de ellas. En momentos en que otras figuras prevalecen en la historia que se narra, el hecho de rescatar estas mujeres también es fuente de vida para otras mujeres, y también para los varones.
–A medida que usted profundizaba en sus estudios, ¿cuál fue la figura femenina que le interesó más?
–Una figura que me parece muy atrayente es Santa Teresa de Avila. Y en cuanto a las mujeres bíblicas, siempre me gustó la amiga de Jesús, Marta. Marta tiene voz, hace preguntas, cuestiona, sale de lo privado y aparece en público como una gran teóloga que lo reconoce a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, y su significado de resurrección y vida. Esa mujer siempre me acompaña. Y Teresa de Avila también es una gran compañera de ruta, por lo que significó en su contexto, y por lo que sigue significando hoy para muchas mujeres, dado que está lejos del estereotipo de una mujer sumisa. Ella, por el contrario, era una mujer fundadora, caminante, dinámica y al mismo tiempo orante. Para mí, la síntesis de Santa Teresa es la activa contemplación, un dinamismo orante.
–En la oración, ¿hay cosas que se le pueden pedir a Dios y cosas que no?
–Yo creo que si la oración es un diálogo con alguien que es nuestro amigo, en ese compartir la vida con Dios uno conversa de todo.
–¿Le molesta que las mujeres no lleguen a determinadas jerarquías en la Iglesia?
–Creo que si la Iglesia es pueblo de Dios llamado a vivir en comunión, todos tenemos que ser y sentirnos partícipes. En muchos lugares de nuestro país hay muchas mujeres que, aunque no presidan la eucaristía, están acompañando a las comunidades muy comprometidamente.
–No le interesa el lugar del poder.
–Jesús nos dijo que el que tiene autoridad tiene que ser servidor. Me interesa este servicio evangelizador para toda la Iglesia: poder cambiar la injusticia, incluir a los excluidos, a las excluidas. Creo que sí es importante que las voces de las mujeres sean escuchadas y tenidas en cuenta. Me parece importante para las mujeres que su papel sea también la toma de decisiones y no sólo el desarrollar iniciativas de los demás.
–¿Su marido la acompaña en su trabajo?
–Nosotros dos somos compañeros el uno del otro. No es que él me tenga que acompañar. Cuando nosotros nos casamos, el proyecto era compartir tanto los gustos e intereses de él como los míos.
–La vida de ustedes está construida alrededor de la parroquia...
–Y la de los chicos también. Consideramos la vida de la parroquia como la de una comunidad. Tenemos actividades pastorales. Por ejemplo, con Jorge y con otras parejas, damos desde hace muchos años las charlas para los novios que se quieren casar. Jorge es ministro de la eucaristía. Y además de compartir esta actividad con los novios, tenemos grupos de matrimonios en la parroquia con los que nos reunimos para charlar distintos temas. Nuestra vida tiene la amistad de la comunidad. Y nuestros amigos también han surgido de la actividad de la comunidad.
–Ahora bien, hay un momento en que irrumpe lo cotidiano: el tema del divorcio, el de las chicas adolescentes que se quedan embarazadas. Hay que resolver los problemas de todos los días.
–Desde mi punto de vista, como miembro de la Iglesia y como cristiana, si bien tengo convicciones claras, también tengo que acompañar al otro que está en el dolor. No se trata sólo de decir esto me parece bien, esto otro me parece mal, sino de resolver: ante esta realidad, ¿qué hago?, ¿cómo me involucro?, ¿doy una indicación o acompaño al otro? Me pongo a su lado y trato de ver cómo resolver eso. La palabra de consuelo es muy importante, pero nunca lo es la palabra que acusa, o la que pone de relieve el error. La que importa es la palabra de misericordia. Y, a veces, cuando la palabra es casi vacía porque no hay nada que decir, hay que estar.
–¿Es más fácil creer sin saber?
–Yo creo que eso depende de cada persona. Para mí, la fe tiene que buscar entender. Creer inconsistentemente no es responsable. Tenemos que intentar entender, la fe no es algo irracional.
–¿No alcanza con la fe? ¿Hay que usar la cabeza para llenar la fe de contenido?
–La fe tiene que estar asentada en la razón porque, si no, estaríamos en otro orden, y no en el de la fe. Tiene que haber consistencia en el mensaje que predicamos, y tiene que estar adecuado a la dignidad de la persona. En ese sentido, creo que tiene que haber toda una lógica interna que asuma la dignidad humana en el anuncio del Evangelio.
–¿A usted la escuchan de manera distinta desde que se recibió?
–Me doy cuenta de que, en algunos ámbitos, el haber estudiado le da a uno una expresión más autorizada. Porque he dedicado el tiempo y la vida a profundizar. Entonces, obviamente, cualquier persona que ha estudiado un tema sabe más sobre ello que aquel que no lo ha estudiado.
–¿La confesión elimina la culpa?
–No sólo esta dimensión en la confesión es importante; también, que nos dejemos acompañar. Porque a veces se entiende que se trata sólo de ir y decir lo que uno ha hecho mal en su vida cotidiana. En cambio, la experiencia del que se confiesa es también la de aquel que no sólo se siente perdonado, sino de quien realmente se ha encontrado con Dios en ese gesto del perdón. En esto es fundamental un sacerdote que testimonie con su vida la misericordia; el reconocer el perdón es reconocer a Dios, en quien sea; el encuentro con uno mismo y con Dios, que es el que nos perdona.
–¿Participa del diálogo interreligioso?
–Más que interreligioso, ecuménico. Estoy en un proyecto de estudio, investigación y publicaciones que se llama Teologanda, del cual participamos varias mujeres que están en formación teológica o que ya son teólogas, doctoras o licenciadas, y muchas de las participantes son de diversas denominaciones cristianas: bautistas, luteranas.
–¿Cuál es la idea de pecado que le pega en el estómago?
–Lo más fuerte, lo que más me lleva al arrepentimiento, es faltar a la caridad, faltar al amor. Puede tratarse de un gesto concreto que hiera a otro, que lastime a otro. Y lo pongo también desde otro lado, diciendo: tendría que amar, pero me cuesta tanto que no lo hago; no me lanzo al desafío de entregarme y comprometerme plenamente.
–Pertenecer a una Iglesia, tener una religión, hace que el futuro se vea menos ambiguo o abstracto. ¿A través de la fe se puede construir un pensamiento estratégico?
–Nunca lo había pensado así. Yo lo pienso, en cambio, desde la certeza de un Dios maternal, un Dios paternal, un Dios que me ama y me cuida. Entonces, no puedo sentir que estoy abandonada. Es lo mismo que si tus hijas dudaran de que vos vayas a hacer todo lo posible por estar ahí cuando te necesiten, aunque no les puedas resolver los problemas porque ellas los ven de otro modo. Pero nunca pensé la religión como una estrategia. Al contrario, lo veo como una relación personal y comunitaria que le da sentido a mi vida.
Perfil
Andrea Sánchez Ruiz es profesora de Teología en la UCA y profesora de Sagrada Escritura y Sacramentos en el profesorado de Ciencias Sagradas del Instituto Padre Elizalde, de Ciudadela. Desde 2001 se desempeña como directora de la Escuela Diocesana de Catequesis de San Isidro. Y como profesora de catequesis y teología en diversas entidades educativas. Además, coordina actividades pastorales en la parroquia La Asunción de la Virgen, de Olivos.Tiene 46 años, está casada con Jorge Welch y tiene tres hijos: Patricio, de 23; Santiago, de 20, y Mariano, de 19.
Sarina Raquel Vitas
Rabina
En Paraná se respiran aires de provincia. Tiene sus tiempos. Sus horarios. Y tiene un circuito por donde circula Sarina Raquel Vitas, la primera rabina latinoamericana a cargo de una congregación, una mujer de 36 años, casada, con un hijo de tres y otro en camino.
Los vecinos la reconocen y la saludan. Ella va de la Asociación Israelita de Paraná a la sinagoga, de la sinagoga al jardín de infantes de su hijo, Dan; de allí a su casa y luego a dar clases en la escuela Martín Buber.
Nos instalamos a charlar en la sinagoga de Paraná, lugar donde –cuenta Sarina– después de muchos años han logrado reunirse los judíos de origen askenazí (aquellos que vinieron de la zona de Rusia, Polonia, Alemania), y los de origen sefardí (los del norte de Africa, Arabia Saudita, Turquía, Líbano y Siria). Son unas 450 familias que conforman una sola comunidad.
–¿Cómo impactó su llegada a Paraná?
–Lo tomaron naturalmente. En ningún momento me hicieron notar una diferencia por ser mujer.
–¿Cuáles son los símbolos tradicionalmente masculinos que usted ha incorporado en su tarea de rabina?
–La kipá (sombrerito redondo para cubrir la cabeza), que habitualmente se colocan los varones. Es algo que me llevó tiempo adoptar. Y esto tuvo que ver con mis convicciones y mis sentimientos. La mujer no está obligada a llevarla, pero encontré que usar esta kipá también tenía que ver conmigo.
–¿Cómo se viste para oficiar una ceremonia?
–Tengo mi propia ropa. Por las mañanas uso el talit, que es el manto de rezos que nos colocamos para estar rodeados, cubiertos y contenidos por los preceptos, que están representados en los flecos principales, que se llaman tzit tzit. Toda la comunidad está vestida de la misma manera para rezar.
–¿Cómo se le ocurrió ser rabina? ¿Viene de una familia muy religiosa?
–Para nada. Vengo de una familia tradicionalista, sobre todo por parte de mi papá, que es de origen sefardí. Cuando se casaron, mis padres fueron a vivir a Belgrano y me mandaron al jardín de infantes más cercano de mi casa, que era el de Bet-El.
–¿Cómo era su vida familiar?
–En mi casa se respetaba el shabat. Mi papá ayunaba el Día del Perdón, y lo más hermoso eran las mesas enormes y largas de Pésaj, donde los hombres (hasta que yo crecí) llevaban adelante el relato de la Hagadá, o sea, la liturgia de Pascua.
–¿Qué esperaban de usted?
–Ese es todo un tema. Todavía me sigo peleando con mi papá, que es ingeniero y quería que su hija fuera contadora. Yo entré en la UBA y empecé tres veces Ciencias Económicas, hasta que abandoné. No era lo mío.
–¿A qué edad decidió ser rabina?
–Fue parte de mi propio crecimiento. Digámoslo así: mi vida era el estudio judaico y el marco comunitario. Empecé a trabajar en una comunidad a los 17 años.
–¿Quién la marcó en su camino de judía practicante?
–Marshall Meyer revolucionó el judaísmo contemporáneo en la Argentina. El marcó el quiebre respecto de aquellas comunidades que comenzaban a decaer porque no tenían la posibilidad de atraer a la juventud. Con su carisma, sus ideales, su forma de ver la vida, su práctica, cambió la historia del judaísmo en la Argentina, y en especial la participación de la mujer.
–¿Es cierto que en los sectores ortodoxos hay libros sagrados que no pueden ser leídos por las mujeres?
–Ese es un prejuicio ya viejo. Sin embargo, en ciertos sectores ortodoxos la mujer tiene menos participación en los espacios de estudio. Pero no es que no estudien. Hay mujeres ortodoxas que estudian muchísimo, e incluso están doctoradas.
–Pero tienen un techo…
–Esa fue la frase de mis padres: "Tus estudios o tu carrera judaica tienen un techo". Pero hoy no es así ni en los ámbitos ortodoxos. En Israel hay movimientos de mujeres ortodoxas que empiezan a tener una fuerte impronta. En la Argentina, la integración de la mujer ortodoxa en la sociedad secular y religiosa activa es más limitada.
–¿Hay que estudiar mucho para ser rabina?
–Fueron siete años de estudio, y sigo estudiando. Además, hay que hacer una carrera universitaria. En el movimiento conservador, en la Argentina, todos los rabinos tenemos un título universitario. Se trata de socializar, de no estar encerrado.
–En lo personal, ¿qué vino a decirle la religión?
–No creo que el judaísmo sea específicamente una religión. Es una forma de vida. No está únicamente relacionada con mi conexión con la divinidad, sino con mi ser dentro de la sociedad, con mi rol como educadora, con mi intimidad, con mi identidad.
–En lo privado, ¿cómo tomó su marido su decisión de ser rabina?
–En aquel momento éramos novios. Me dijo: "Si a vos te gusta, hacelo". Creo que nunca pensó que se iba a casar conmigo (se ríe fuerte). Pero él sabía de qué se trataba. Hoy me sigue apoyando plenamente.
–¿De qué vive?
–A mí me contrató la congregación de Paraná. Tengo un sueldo y ésa es mi fuente de trabajo, porque no tengo espacio para ejercer una profesión en otro ámbito. La demanda comunitaria te exige una dedicación full time. Aquí no existen ni fines de semana ni feriados.
–¿Qué opina usted, como rabina, del control de la natalidad?
–Respecto de la sexualidad, en nuestra tradición, la procreación es uno de los preceptos más importantes para llevar adelante. Pero la sexualidad no está limitada sólo a la procreación: es muy importante el placer en la sexualidad. Los intérpretes de la Torá, los exégetas, dicen que el precepto de la procreación está ordenado al hombre. A Adán, al primer hombre. Dado que el hombre es quien debe cumplir el precepto de la procreación, tiene prohibido cuidarse. No puede usar, por ejemplo, profilácticos. Sin embargo, las tendencias más liberales dicen que las mujeres sí tienen permitido el cuidado y la anticoncepción.
–¿Cómo considera la homosexualidad?
–Legalmente, según la Torá, está prohibido. Para la tradición, el hecho de que aparezca una pareja homosexual es disfuncional para el tipo de sociedad bíblica que nosotros leemos. Ahora bien, la realidad es que hoy no es así. Las comunidades están abiertas a la integración, a la contención, a la participación de los homosexuales como miembros activos de la comunidad a la cual pertenecen. De todos modos, no están habilitados ni legalizados los casamientos.
–¿La religión judía acepta el divorcio?
–Desde la época bíblica. En eso, yo creo que el judaísmo es muy pragmático: entiende que dos personas pueden haberse casado creyendo que eran el uno para el otro, y que la vida, los años, la cotidianidad, la convivencia, les hayan dado a entender que no es así.
–Hay adolescentes en esta comunidad. ¿Qué hacen con el tema del sida?
–Yo creo que la base es la educación, el compromiso, la responsabilidad respecto del cuidado del propio cuerpo, y la responsabilidad sobre la sexualidad. Y si bien la sexualidad para los adolescentes es el tema por excelencia, están la comunidad y la familia para intentar contener y acompañar.
–La difusión de la Cábala por parte de Madonna, ¿ayuda a entender el judaísmo?
–No. Yo creo que confunde. Mucha gente quiere estudiar Cábala porque la relaciona con adivinar el futuro, y la Cábala no es eso. Es un estilo de interpretación de los textos sagrados.
–A partir de su presencia en Paraná, ¿hay chicas que tienen deseos de ser rabina?
–No, creo que todavía no. Pero quizás hay una impronta de mayor identificación. Lo que se modificó es la comprensión, por parte de la comunidad, de que el rabino está todo el tiempo. Está cuando lo necesitás. Lo ves en la escuela, con los chicos del jardín, cantando; está para una entrevista, para una visita y tiene su casa siempre abierta.
–¿Hay un rabino o autoridad ante la que tenga que rendir cuentas?
–No. Sólo tengo que rendir cuentas por mi tarea ante la comisión directiva de la comunidad.
Perfil
Sarina Raquel Vitas es la primera rabina latinoamericana a cargo de una congregación. Tiene 36 años y es la actual rabina de la ciudad de Paraná, Entre Ríos. Vitas cursó estudios rabínicos en el Instituto Heschell, de la Argentina, y los continuó en Israel. Es licenciada en Relaciones Públicas por la Universidad Argentina de la Empresa y –antes– coordinó, dentro de la comunidad judía, grupos de estudio para adultos. Casada con Alejandro Rosenberg, tiene un hijo, Dan, y está embarazada del segundo.
Fátima Yohayna Hesain
Musulmana
Esta joven de 24 años que estudia Filosofía en la Universidad de Buenos Aires es una musulmana atípica: sabe inglés, latín antiguo y computación, y en 2004 fue disertante en la conferencia La mujer en la sociedad islámica, desarrollada en la Feria Internacional del Libro.
Fátima Yohayna Hesain es hija del imán Mahmud Husain, profesor de filosofía y activo miembro de la comunidad islámica argentina e internacional. Fundador y director del Centro de Estudios Islámicos, el papá de Fátima participó como representante islámico en la recepción al Dalai Lama en 1992, en la Catedral de Buenos Aires, y en 1997 promovió la Academia del Medio Oriente, foro de diálogo intercultural e interreligioso.
Fátima nos recibió en su casa de Flores, un caserón estilo español, donde vive con su madre y su hermana menor. A las seis de la tarde, Fátima y su mamá se colocaron una túnica, el shador, se sacaron los zapatos, y en una habitación cubierta de alfombras se prepararon para el rezo del atardecer. Después, conversamos con Fátima.
–¿De dónde viene su familia?
–De Trípoli. En esa época, Trípoli era parte de Siria. La mamá de mi papá se consideraba siria. Luego Trípoli pasó a pertenecer al Líbano. Y mi abuelo, por parte de mi papá, era sirio. Vino a la Argentina en el 1900.
–¿Fátima es el nombre de la hija del profeta?
–Sí. Mi primer nombre es Fátima, y me lo pusieron en honor a ella. La hija del profeta era una mujer sumamente virtuosa. Es el ejemplo, el paradigma que tenemos que imitar todas las mujeres musulmanas.
–¿Por qué en Occidente existe la certeza de que se ejerce crueldad sobre las mujeres musulmanas?
–No es así. El Corán narra la práctica de los árabes paganos preislámicos de considerar a la mujer indigna, una vergüenza y un deshonor para la familia. Se las enterraba vivas cuando nacían. Esta práctica se abolió totalmente con el advenimiento del islam. O sea, en el Corán se considera a la mujer como un regalo. La mujer es el honor de la familia islámica.
–¿Qué pasa con las mujeres infieles, a las que azotan?
–El azote corre tanto para el hombre como para la mujer. Cuando un hombre le es infiel a su mujer o viceversa. Los dos están en un pie de igualdad ante Dios.
–¿Y qué pasa frente a un pedido de divorcio, por ejemplo?
–No hay una prohibición al respecto. La mujer le puede pedir el divorcio al marido, y el marido, obviamente, también.
–¿Cuáles son las actividades religiosas que puede realizar una mujer musulmana?
–No puede llegar a ser imán, pero hay un motivo para ello. No es un tema de discriminación hacia la mujer. El profeta insistió tanto en la educación femenina que dijo que cuando un padre educa a un hijo varón está educando a un individuo, pero cuando un padre educa a una hija mujer está educando a toda la humanidad. La mujer funda su familia, educa a sus hijos en la moral y la buena conducta, y de la educación que les dé a sus hijos dependerá el futuro de la sociedad.
–Al occidental le sorprende la idea de poligamia. ¿Qué dice el Corán?
–Está permitida, dentro del islam, con ciertas restricciones. El Corán, en el capítulo IV, llamado De las mujeres, aleya [versículo] 3, dice: Si teméis no ser justos con los huérfanos, casaos con las mujeres que os gusten. Dos, tres o hasta cuatro. Hasta ahí llega la no prohibición de la poligamia: hasta cuatro. Y más adelante dice: Pero si teméis no obrar con justicia, casaos con una sola. Es decir, el hombre le tiene que dar la misma atención a todas. A cada una por igual: no puede darle a una más que a otra.
–Su padre, por ejemplo, ¿tiene varias mujeres?
–No. Pero dentro del islam si un hombre, por su naturaleza, quiere estar con otra mujer, debe desposarla. El hombre debe casarse con esa segunda mujer y darle todos los derechos de esposa que le dio a la primera. La comunidad islámica tiene una grandísima responsabilidad con esas mujeres. No se las puede dejar desprotegidas. La alternativa más viable es la poligamia.
–¿Qué representa Jesucristo para el islam?
–Es una figura santa. Es un profeta enviado por Dios para enseñar a la humanidad el sendero recto. En el Corán hay todo un capítulo dedicado a María. Aparece el relato de cómo María sufrió los dolores de parto, y se apartó de su pueblo para tener a Jesús, quien fue hecho descender por un ángel. Es un relato muy importante. A María nosotros la concebimos como pura. Nosotros reconocemos la virginidad de María.
–¿Cómo está considerada la vida laboral de las mujeres? Nos referimos a las mujeres profesionales.
–La mujer musulmana se desempeña en la sociedad en diferentes áreas: en Paquistán tuvimos una primera ministra [Benazir Bhutto]. En todos los países musulmanes la mujer ocupa cargos importantes. Otras son enfermeras, maestras; se desempeñan en todos los ámbitos importantes de la sociedad, y también en la cultura, en el arte, en diferentes ramas. La mujer tiene libertad de trabajar y desarrollarse.
–¿Qué diferencia hay entre la mujer casada y la soltera?
–En el islam, la mujer casada conserva su apellido de soltera. O sea, mantiene su personalidad y su identidad. La identidad del marido no absorbe la identidad de la mujer.
–¿Cuál es la noción de paraíso en el islam? ¿Hay otra vida?
–Hay otra vida después de la muerte. La muerte no es la suspensión de la vida. La muerte solamente indica que termina un ciclo terrenal, un ciclo preparatorio dentro de este mundo.
–¿Lo mejor está por venir?
–Luego de la muerte, uno pasa a otro nivel. Estaría el barzaq. Es un nivel en el que los muertos rezan por su alma.
–¿Y cuál es la idea de pecado?
–Al respecto tiene mucho que ver el yihad, el “esfuerzo espiritual”. En Occidente se interpretó este concepto de yihad de una manera bélica. Pero no es así. Es el esfuerzo contra las bajas tendencias que tenemos los seres humanos; los instintos bajos y autodestructivos. Todos los días hacemos yihad. A veces nos peleamos, hacemos maldades, envidiamos. El yihad es entonces la lucha contra las bajas tendencias del ego del ser humano. Ese sería su significado exacto. Partamos de la base de que no existe el pecado original. Nosotros no heredamos la idea de que la serpiente incitó a la mujer y la mujer incitó al hombre. En el islam, la culpa de haber comido la manzana es compartida: es de los dos.
–¿Qué esperan el Corán y Mahoma que se pida en la oración?
–Uno pide por la paz en el mundo, por que no haya tantos chicos muertos de hambre, por que el país de uno progrese. Uno pide por que se resuelvan los problemas en Medio Oriente. Nosotros hablamos con Dios y él nos habla. Nos habla a través del Corán. Hay dos fuentes básicas de conocimiento en el islam: el Corán y la tradición profética, que consiste en dichos y anécdotas del profeta.
–Volviendo al lugar de las mujeres. ¿Cómo es eso del menor valor de la palabra de una mujer como testimonio?
–Sí, un varón por cada dos mujeres. Esto no tiene nada que ver con ningún tipo de discriminación hacia la mujer. Lo que pasa es que la mujer tiene una naturaleza distinta de la del hombre. Nosotras tenemos más desarrollada la compasión y la misericordia hacia el prójimo. El hombre es más frío para tomar decisiones. No se deja llevar tanto por los sentimientos. Las mujeres no somos tan objetivas y, a lo mejor, podemos llegar a cometer una injusticia: por ejemplo, no declarar algo por lástima.
–¿Esto es así ante la ley, ante el Corán, ante el sheik?
–Por ejemplo, en un matrimonio, tiene que haber dos testigos mujeres y un testigo varón. Simplemente, el Corán contempla que hombre y mujer son de naturaleza diferente.
–¿Se regulan las relaciones sexuales?
–En el mes de Ramadán, período de ayuno [desde la salida del sol hasta el ocaso] en el que el ser humano comprende el sufrimiento de los más pobres, no se puede tomar agua ni fumar. Tampoco se puede comer chicle. Y están prohibidas las relaciones sexuales porque el ser humano está demasiado ocupado en pensar, en meditar, en dedicarle ese tiempo a Dios.
–¿Por qué el islam prohíbe el alcohol?
–Fue una prohibición que en el islam no apareció inmediatamente después de la revelación de la palabra islámica, sino tras un cierto período. El alcohol debilita tu capacidad intelectual. Además, está prohibido para cuidar el organismo, para preservar la salud. Y también para evitar los problemas sociales, como el caso de hombres que golpean a sus mujeres por el propio estado de borrachera.
–¿Cuál es el símbolo del islam?
–Nosotros tenemos la figura que representa el islam naciente: la Luna y la estrella. La estrella representa al profeta Muhammad, con él sea la bendición y la paz, y la Luna, el islam, que está naciendo.
Perfil
Fátima Yohayna Hesain tiene 24 años y estudia Filosofía en la UBA. Habla inglés, latín antiguo y computación, y en 2004 disertó en la conferencia La mujer en la sociedad islámica desarrollada en la Feria del Libro. Es hija del imán Mahmud Husain, profesor de filosofía, fundador y director del Centro de Estudios Islámicos. Vive con su madre y su hermana en Flores.
Tan lejos y tan cerca
Por Diana Fernández Irusta
El diálogo que en otros ámbitos parece imposible entre judíos y musulmanes, Fátima y Sarina están dispuestas a entablarlo; para ellas, las religiones y los pueblos quieren la paz
La musulmana Fátima Yohayna Hesain y la rabina Sarina Raquel Vitas acaban de llegar al estudio fotográfico de La Nacion. Se las ve sonrientes, apenas algo ansiosas ante la perspectiva de los flashes y las miradas a cámara. Cuando ambas habían aceptado aparecer en la tapa de la Revista, las noticias que llegaban de Medio Oriente todavía no salían de lo habitual. Pero, con el correr de los días, esa situación cambió rotundamente. Estalló la guerra en el Líbano y la sucesión de noticias sobre bombardeos, sufrimiento humano y arduas negociaciones por el alto el fuego inundó el mundo.
Entretanto, Sarina y Fátima asisten a la cita. Mientras todo parece indicar que la paz siempre será un bien precario en aquella castigada región del planeta, las dos religiosas descubren que la decisión de posar juntas ha cobrado un nuevo sentido. Así, entre toma y toma, se permiten hablar de los sucesos que acaecen del otro lado del globo, tan lejos y tan cerca.
Lo primero que apuntan es una coincidencia: “Lo que está ocurriendo en Medio Oriente es un conflicto político. No es un enfrentamiento religioso”, aseguran ambas.
“Estar las dos acá es una señal de que es posible dialogar, convivir –continúa la rabina–. Esta foto es el emblema de la paz. Nos permite mostrar que, si bien en alguna parte del universo existe un conflicto, en otra parte del mundo las religiones y los pueblos no quieren enfrentamientos.”
Fátima coincide: “Judíos, católicos y musulmanes vivieron durante siglos en Siria sin ningún tipo de conflicto, compartiendo festividades y costumbres. No hay justificativo para la guerra”.
Es evidente que para estas dos mujeres la vida espiritual es mucho más que una teoría. Es evidente también que, aun a ellas, les cuesta dividir aguas entre las pasiones políticas y las certezas religiosas.
¿Cómo hacer, por ejemplo, para continuar con la vida cotidiana mientras las imágenes de bombardeos y matanzas inundan la prensa internacional? “Hay que realizar un ejercicio un poco contradictorio –señala Sarina–. Intentar, desde lo consciente, mantener la cotidianeidad, que para nosotros es otra, dado que todos aquellos que no vivimos en Israel vivimos en la diáspora, y brindar todo el apoyo que se pueda. Sin poner, obviamente, el cuerpo, como lo hacen nuestros soldados. El nuestro es un apoyo moral, espiritual, de contención.”
Por su parte, Fátima asegura: “Cuando el ser humano toma un modo de vida islámico, hace un esfuerzo por pacificar su espíritu, y eso se tiene que traducir en la sociedad. Yo veo que existe un escenario en el que dos facciones están en guerra, pero no es un problema de religiones. Los actores ahora son el movimiento de resistencia libanesa contra la ocupación de un país extranjero, e Israel, que no tiene conciencia de lo que está haciendo, porque está llevando a la muerte no sólo al pueblo del Líbano, sino a su propio pueblo. Quienes estamos en la tarea espiritual debemos decir no a todo esto”.
Poco a poco, las voces se tornan ásperas. Cuanto más de lleno se toca el tema de la guerra, mayor es la rispidez. “En este conflicto hay un poco más, que tiene que ver con fundamentalismos que se niegan a la tolerancia y a la convivencia. Cada pueblo tiene su derecho a la defensa y a intentar restablecer la paz y la armonía dentro de sus ámbitos, para que cada estado pueda ejercer su soberanía en su territorio”, puntualiza Sarina. “Justamente, el respeto a la soberanía de los pueblos”, se apura a subrayar Fátima. “Sí, totalmente de acuerdo –contesta la rabina–. Sin ejercer el terrorismo y sin entrar...” “Sin entrar en países extranjeros”, interrumpe la musulmana.
La charla amenaza convertirse en discusión. Evidentemente, existen espacios en los que el diálogo parece no tener cabida. Al menos, en un primer intento.
–Hay víctimas de los dos lados –insiste Fátima–. Y hay extremismos de los dos lados. Eso no lo podemos negar ni vos ni yo.
–Digamos que la guerra y la muerte no son...
–No son el mejor camino.
–No son el camino; eso está claro.
Se hace un silencio. Una brecha que ayuda a reencontrar el rumbo hacia la coincidencia. Entonces surge una pregunta: ¿Qué podrá aportar la sensibilidad femenina en este conflicto? “Creo que la mujer tiene más capacidad de misericordia que el hombre”, reflexiona Fátima. Sarina está de acuerdo. Aún más: asegura que hay un vínculo indisoluble entre piedad e instinto maternal.
“¿Sabés que la matriz de la mujer en árabe se dice rahm, y viene de rahma, que es la misericordia? –se entusiasma Fátima–. La mujer comparte su capacidad creadora con Dios, y eso la hace ser más misericordiosa.” La rabina sonríe: “En hebreo se dice igual: rajma es el útero y rajamin es la misericordia. Es la misma concepción”.
Otra vez, un breve silencio. Pero en esta ocasión, henchido de entendimiento.
Diana Rocco
Metodista, predicadora laica
Diana Rocco nació hace 65 años, en Montevideo, en el seno de una familia metodista, y ella abrazó la misma fe. Se define como protestante metodista, y es predicadora laica: “Doy Santa Cena, predico y tengo dispensa para oficiar misa”, explica.
Rocco se casó a los 19 años y tuvo cuatro hijos. Pero se hizo tiempo para licenciarse en Teología. En los años 70, ingresó en la Universidad de Buenos Aires para hacer la carrera de Historia. Hoy trabaja como docente e investigadora en el Instituto de Historia Antigua Oriental, de la Facultad de Filosofía y Letras, donde se especializó en la Biblia y especialmente en el Tanaj (Antiguo Testamento). Allí, durante siete años hizo exégesis en hebreo junto con el rabino Abraham Platkin.
–¿En qué se diferencian principalmente los protestantes metodistas de los católicos?
–La diferencia gira en torno a la tradición y a la autoridad del Papa. Cuando Lutero [que emprende la Reforma a principios del siglo XVI] lanza la consigna del sacerdocio de todos los creyentes, es decir que no necesitamos de la institución de la Iglesia para ponernos en relación directa con lo divino, es absolutamente revolucionario: tira abajo la necesidad misma de esa institución.
–¿La mirada de los protestantes acerca de la mujer es distinta de la de los católicos?
–La de los metodistas es una Iglesia que surge con la Revolución Industrial, y es un desprendimiento de la Iglesia Anglicana. Cuando la clase obrera comienza a conformarse, en el siglo XVIII, varios pastores anglicanos se dan cuenta de que no hay nadie que atienda a la clase obrera. Entonces, comenzaron a predicar en las calles y les enseñaron a los chicos de esta clase social a leer y a escribir con la Biblia. Esa es la Iglesia Metodista. Era un grupo de gente muy metódica: organizaba su tiempo para poder realizar todas estas tareas y además seguir con sus estudios. Por eso los empezaron a llamar los metódicos; de ahí la denominación. Ahora bien, dentro de la Iglesia Metodista en la actualidad no hay discriminación de la mujer. En este momento, nuestra obispo es una mujer.
–¿María Magdalena era prostituta?
–Al respecto, hay una coincidencia entre católicos y protestantes. Hay un sermón del papa Gregorio I, de fines del siglo VI, en el que funde tres personajes bíblicos en uno solo: el de María Bethania, el de María Magdalena y el de la prostituta. Pero, en realidad, María Magdalena es la discípula de Jesús, la más importante, la que aparece en primer lugar en todos los pasajes bíblicos –menos en un versículo de Juan–, y la testigo por excelencia de la resurrección. Es la que después va a decirles a los demás: miren que Jesús no está muerto, está vivo. Y los discípulos, que estaban escondidos, se ríen y dicen: son cosas de mujeres.
–¿En qué momento los protestantes les otorgan cierto poder a las mujeres?
–El primer movimiento protestante, el de Lutero en sus comienzos, es vocero de una situación local: los alemanes se sentían explotados por los italianos. Lo que Lutero hace es alemanizar la Iglesia, separarla y convertirla en una Iglesia alemana, lo mismo que Enrique VIII hace con la Iglesia de Inglaterra, que es la Iglesia Anglicana. Pero la mujer sigue perteneciendo al espacio privado. Lutero se casa con una monja y tiene muchísimos hijos. Esta monja le llevaba toda la casa, porque tampoco era una mujer de mucho carácter.
–¿Cuándo aparecen las pastoras?
–Es un fenómeno del siglo XX. Y también está relacionado con un movimiento social. La Iglesia no es un recorte ahistórico de la sociedad. En mi barrio hay cuatro parroquias importantes, de las cuales tres son carismáticas. Y han cedido algunos espacios para la mujer. Por ejemplo, hay lectoras. De todos modos, la manipulación de lo sagrado sigue estando reservada al varón. Eso no se cambia.
–¿En qué momento los protestantes decidieron que las mujeres iban a poder compartir el espacio sagrado?
–No hay una decisión: hay un avance social, hay una lucha feminista, hay un lugar que la mujer ocupa. Nadie puede ignorar los años 60, ni el descubrimiento de la píldora, ni los Beatles, etc. Hay un avance social de la mujer que también se tiene que reflejar en otras estructuras.
–¿Cómo es la mirada de la gente frente a una pastora?
–Una pastora muy jovencita, a la que le dieron una iglesia en el Gran Buenos Aires, donde el entorno social es más humilde, me contó una vez que toda su congregación estaba formada por mujeres. No había un solo varón. Y esto, a pesar de que ella era sacerdote ordenada. Y las propias mujeres, cuando se tenían que casar, le pedían que llamara a un varón. Esa chica lo sintió, realmente. Pero eso ya no sucede.
–¿Qué sería la llamada “ética protestante”?, ¿una mirada distinta del éxito y del dinero?
–Esa es una vieja teoría de Weber que está en La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Pero tampoco eso se refiere al protestantismo histórico. Hay tres temas que son tabú dentro de las iglesias protestantes: sexo, dinero y poder. Son los tres temas que el protestantismo histórico en su variante pietista no ha podido superar.
–Pero, por ejemplo, en Estados Unidos hay una mirada distinta con relación al dinero.
–Eso es porque son el imperio. No tiene nada que ver con la religión, sino con una cuestión ideológica, por más que la religión sea parte de la ideología. Hay que dividir entre protestantes históricos y evangélicos. Hay evangélicos que predican una religión de prosperidad. Si sos creyente y cumplís, te va a ir bien en la vida, vas a prosperar, vas a hacer buenos negocios. Hay un grupo fundamentalista evangelical muy fuerte que predica este tipo de teología.
–La teología del éxito.
–Exactamente. El éxito es como una recompensa que uno recibe. El protestantismo histórico no es así: jamás va a predicar ese tipo de teología. Por el contrario, lo que predica es que, por ser creyente, no tenés una vida diferente; tenés una vida de sufrimiento y de esperanza como cualquier ser humano. La única diferencia es que no estás solo.
–¿Cuál es su prédica ante los que la escuchan?
–Lo que yo le digo a mi gente cuando predico es: nadie les asegura la felicidad completa, ni que van a tener todo lo que necesitan, ni que no va a haber sufrimiento. La vida de ustedes va a ser como la de cualquiera. Lo único que ustedes tienen, seguro, es que no están solos. Ser persona de fe es saber que vas a vivir como cualquier hijo de vecino tu vida compleja, con lo bueno y lo malo, pero que no estás solo.
–¿Qué es ser cristiana para usted ?
–Nada en especial. Porque, además, el tema es que uno nace en un contexto cristiano. Es decir, nadie te hace elegir; nacés en un ambiente cristiano, y podés ser creyente o no, pero lo sos en función de la Biblia. El cristianismo plasmó la civilización occidental. Entonces, ¿qué es ser creyente para mí? Yo nací cristiana. Nací en un hogar metodista, fui bautizada. Así que ser cristiana es lo que uno es, porque naciste en esa familia, en este medio social y en esta cultura.
–¿Y sus hijos también?
–No. Tengo cuatro, y uno solo va a la iglesia.
–¿Y su marido?
–Soy viuda. Antes fui separada y ahora soy viuda.
–¿Nunca pensó que podía elegir no necesitar una pareja?
–¡No! ¡Que no tenga marido no quiere decir que sea monja!
–Usted ha estudiado la Cábala. ¿Por qué cree que ha surgido esta moda de estudiarla, como hace Madonna?
–En primer lugar, la Cábala filosófica es fascinante. No sé cuál estudia Madonna. Yo fui a la sinagoga que está en Sucre al 1400, donde está el rabino Nisemboim, alguien a quien realmente admiro profundamente. Pienso que da una mirada mucho más comprensiva acerca de qué es lo divino y su relación con la Creación. Es decir, yo no sé por qué lo hace Madonna, ni me interesa realmente. Pero, para mí, la Cábala significó acceder a una mayor amplitud de conciencia. Me permitió captar lo divino en una magnitud mucho más compleja.
–¿No es una forma de religión light...?
–No, para nada. Además, es muy difícil de entender: cuando uno llega a atisbar algo de esa forma de la Cábala, siente realmente el misterio.
Perfil
Diana Rocco es doctora en Historia por la UBA, teóloga, especialista en historia antigua de la Iglesia e historia antigua oriental. Con 65 años, es una de las voces más autorizadas en historia de las religiones. Nacida en Montevideo, viuda y con cuatro hijos, es predicadora laica dentro de la Iglesia Metodista y tiene una larga trayectoria docente. Es asesora del Conicet y publica asiduamente artículos de divulgación en revistas y medios especializados.
Consuelo Navarro Campos
Budista
No es fácil encontrar a una persona de tradición budista en la Argentina. La razón se explica fácilmente: el budismo es relativamente nuevo en la Argentina, incluso en América latina. Consuelo Navarro Campos, de familia católica, llegó al budismo después de un proceso que, en sus palabras, suena casi natural.
–Yo venía de una tradición católica –dice–. Con mis amigos, estábamos interesados en los retiros, en estudiar, en conversar con curas. Ahora bien, todo lo que vino después yo lo siento como un complemento. Fue pasando el tiempo; terminé la secundaria y comencé a hacer danza. Por la danza, me interesó mucho el silencio en tanto forma de crear movimientos que no surgieran mecánicamente; buscando el silencio, encontré la meditación, y con la meditación, encontré mi camino espiritual. Así fue dándose. Fue parte del crecimiento. Vi un aspecto ritual de devoción, de ceremonia, de plegaria, como en el cristianismo.
–¿Qué diferencia hay entre el budismo y las otras religiones monoteístas? ¿Es una religión? ¿Es una filosofía?
–Todo depende de cómo uno use esas palabras. Si hablamos de religión en el sentido de alguien que se religa con un ser trascendente, estamos hablando estrictamente de una religión teísta; y el budismo no entra en ese marco porque no se establece la idea de un Dios creador, que es característica del cristianismo, el judaísmo y el islamismo. El budismo es una visión nueva de un camino espiritual; no podríamos encuadrarlo sólo en una filosofía de vida. Porque es realmente un camino de liberación, algo que ayuda al ser humano a trascender completamente. Entonces, es una religión, pero no encuadrada en una visión teísta.
–¿Buda sería el equivalente de Jesús? ¿De Moisés? ¿De Lutero?
–Es la persona humana que nos muestra el camino a través de su ejemplo. Muchas veces se lo compara con Jesús. En ese sentido, para nosotros Buda cubre la imagen de Dios, de Jesús y del Espíritu Santo. Sólo que, como persona que se nos muestra a través de palabras, gestos y demás, surge Buda en tal época y en tal año y en tal lugar. Pero es también ese Buda absoluto, esa verdad trascendente que no tiene ni tiempo ni espacio.
–¿El Dalai Lama sería la representación de un líder espiritual, como el Papa?
–Para los budistas tibetanos, el Dalai Lama es como el Papa, pero los budistas japoneses o chinos tienen su propio representante. Lo que sucede es que le tienen un respeto directo al Dalai Lama, en tanto el monje realizado en esta época.
–¿Cuál es el máximo estatus a que ha llegado una mujer en el budismo tibetano?
–Siempre se las llama lamas, como maestro. Ahora bien, como lamas, dependiendo de su realización espiritual, se las llama “su eminencia”, “su santidad”. Se han adaptado los nombres occidentales para que, cuando tengamos la presencia de un lama, no suenen tan raros esos nombres.
–Usted, en el budismo tibetano de la Argentina, ¿cómo está reconocida?
–Como lama. Soy representante del budismo en la Argentina. Mi marido y yo somos representantes del budismo tibetano y, más en particular, de un linaje, la escuela Caiupa.
–Hay algo en su actitud que se asemeja a la de una monja. Algo en el orden de lo austero y despojado.
–Recuerdo haber conversado con varios curas muy buenos en mi época adolescente de búsqueda. Por eso digo que no tengo ninguna crisis sino, al contrario, mucho agradecimiento. Ahora bien, a partir de cosas que uno planteaba, y de ciertas formas de orar, me decían: la manera de continuar con esto es hacerte monja. Yo decía que no me interesaba. Me gustaba la idea de estar en familia.
–Su marido es un occidental argentino que también hizo el mismo camino.
–Hicimos el camino juntos. En buena medida, él me incentivó, me alentó. Nos conocimos recibiendo enseñanzas budistas; pasamos un tiempo juntos y luego hicimos todo nuestro entrenamiento formal en Francia, en un monasterio cerca de la Borgoña francesa. Estuvimos allí cinco años en retiros separados: hombres por un lado y mujeres por el otro. Sin embargo, tenemos el mismo maestro, el mismo lama.
–Así como hay un Corán, un Talmud o los Evangelios, ¿qué hay en el budismo?
–Están todas las enseñanzas de Buda. Como otros, Buda no escribió, sino que sus discípulos retuvieron sus palabras; después se hicieron concilios bien serios en los cuales todos se juntaban a repetir palabra por palabra las enseñanzas de Buda y, una vez que estuvieron bien confirmadas, se dejó el documento de su enseñanza.
–¿Cuál es la idea del paraíso?
–Para ese concepto hay que basarse en el principio por el cual no tenemos una sola vida, sino que la idea es la de transitar en el mundo hasta que uno comprenda. Hay una forma de comprenderlo en el mismo sentido que el paraíso cristiano; hay un paraíso de Buda, al cual uno llega a través de la devoción. Se llega por la fuerza de nuestro pensamiento dirigido hacia Buda y nuestra devoción. Incluso sin ser hombres perfectos, podemos renacer ahí, y ahí seguir escuchando, aprendiendo, comprendiendo hasta ser Buda.
–¿Hay un concepto de pecado para el budismo tibetano?
–No hay una noción de pecado en el budismo; sí hay una noción de error.
–Es menos castigador decir error que decir pecado.
–Claro, porque se afirma, una y otra vez, que cada ser en esencia es Buda. La esencia de la mente profunda, llamémosla espíritu, es buena, por siempre, y no hay forma de que sea rota, dañada o cambiada por ninguna circunstancia de la vida. Lo que ocurre es que se vela; es como si le agregáramos diferentes capas de tela que van cubriendo ese diamante.
–¿En qué consistió su preparación?
–Hice un entrenamiento de la práctica, no de la formación filosófica. Pocos occidentales han concretado esos estudios, que son sumamente severos. Pero es algo que frecuentemente hacen los orientales. Hay muchos tibetanos, hoy en día que son excelentes en la forma de expresar la enseñanza del Dalai Lama, en cuanto a la lógica, el debate. O sea que el estudio es infinito. Incluso nosotros, como practicantes budistas, no podemos decir que hemos terminado de estudiar. Seguimos haciéndolo. Pero nuestra formación fue sobre todo en torno a la experiencia de la meditación.
–¿En qué consiste?
–En recorrer todas las meditaciones, desde las más sencillas hasta las más complejas, para reconocer la naturaleza de la mente. Ese tipo de entrenamiento es el que te capacita después para ser un maestro de meditación, no tanto de filosofía.
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