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Rosaura Barletta reflexiona sobre el último Encuentro Nacional de Mujeres, los debates que suscitó y las disputas que tiene pendientes el movimiento de mujeres de cara al año que viene. Para evitar que le roben sus palabras sin citarla, como le pasó con una nota reciente de Anfibia, prefirió esta vez no utilizar tantos adjetivos calificativos, e hizo pie en los temas más polémicos como el paso por la Catedral y la participación de varones en las actividades por fuera de los talleres. (Por Rosaura Barletta para La Retaguardia)
Foto: uno de los talleres de Mujeres, trata y explotación visto desde arriba (Foto: Rosaura Barletta)
La huella principal que deja el Encuentro Nacional de Mujeres en quienes participamos es una fuerte reivindicación de nosotras mismas y nuestros derechos, una valorización que parecía olvidada de las identidades diversas que integran al movimiento de mujeres, nuevas causas por las que luchar, un avance concreto en la capacidad de reclamar, peticionar y consignar las propias necesidades. La licencia por violencia de género es una reivindicación que viene copando la agenda. Las que tienen que faltar a sus trabajos por ser víctimas de esta problemática ya no quieren pasar por ‘locas’ tomándose licencias psiquiátricas que las revictimizan y estigmatizan.
El Encuentro es la solidaridad entre hermanas, el afecto, la reivindicación de cada una, el protagonismo de todas; es también la rabia intrínseca producto de la opresión y el dolor por las que no están. El asesinato de Lucía Pérez en Mar del Plata, ocurrido el mismo día que la marcha de cierre del ENM, se abrió paso en nuestras conciencias con un golpe seco. Apenas veníamos compartiendo la construcción de sentido de nuestro fin de semana. La emotividad de esta oportunidad fue especial, quizás porque fue la edición más concurrida, por el ascenso que viene teniendo el movimiento de mujeres o por la problematización pública que se ha conseguido de las distintas opresiones de género que sufrimos.
Año a año, y cada vez más, porque cuanto más concurrido es el Encuentro, más varones -y mujeres- asisten, se discute si es correcta, aceptable, beneficiosa, loable o no la participación de varones en las distintas instancias que no son los talleres, exclusivos para los diversos géneros unidos por la feminidad. En la experiencia de quien escribe, es sumamente saludable ver compañeros a la par en cada marcha, actividades o reclamos, siempre que no sea para hacer los trabajos forzados o cedidos a los varones en los espacios de reproducción de estereotipos de género dañinos y repudiables.
El movimiento de mujeres en nuestro país, como en tantos otros, tiende a estar a la vanguardia en materia de lucha popular en cuestiones ligadas a las reivindicaciones de género, pero también en luchas ligadas a otras problemáticas como el gatillo fácil, la contaminación, la trata con fines de explotación laboral y a todas las opresiones que sufre el pueblo. Esa cualidad empapa al Encuentro Nacional de Mujeres de todas las peleas que da el campo popular y, entre ellas, el aborto legal, el desmantelamiento de las redes de trata con fines de explotación sexual, la separación de la Iglesia del Estado, entre muchas. Tanto en unas como en otras, los varones son parte fundamental y, si no lo están, deberían estar a la par.
Una de las principales características que tiene la praxis militante es la capacidad de empatizar con causas que podrían resultarnos ajenas. Por eso, La Retaguardia se hace eco de las permanentes denuncias de compañeros y compañeras de Jáchal o Andalgalá contra la megaminería a cielo abierto, y por eso también, personas que no han perdido a sus hijos o hermanos y que nunca tuvieron un problema con la policía son capaces de hermanarse con la familia de Luciano Arruga. Esa misma capacidad de sentir el dolor del otro o de la otra y de hacer propios sus reclamos aplica a los varones y las reivindicaciones del movimiento de mujeres que, además, los incluyen.
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