MORIA, Grecia —Michael Tamba, un antiguo preso político congoleño, sobrevivió a la tortura en su país y a un arriesgado viaje en barco desde Turquía. Pero estuvo más cerca de la muerte en el campo de refugiados más grande de Europa.
Atrapado durante meses en el campamento de la isla griega de Lesbos, Tamba, de 31 años, intentó suicidarse al ingerir una botella de cloro. ¿Qué causó su decisión? El propio campo de Moria.
“Once meses en Moria, Moria, Moria”, comentó Tamba, quien sobrevivió después de que lo llevaron de emergencia al hospital. “Es muy traumático”.
La experiencia de Tamba se ha vuelto común en Moria, un campamento de unas 9000 personas que viven en un espacio diseñado para 3100, donde las condiciones precarias y el hermético proceso de asilo han provocado lo que los grupos humanitarios describen como una crisis de salud mental.
La sobrepoblación es tan extrema que los solicitantes de asilo pasan hasta doce horas al día haciendo fila en espera de un alimento que a veces está enmohecido. La semana pasada, había cerca de ochenta personas para cada ducha y más o menos setenta para el sanitario; los trabajadores humanitarios se quejaban de que las aguas residuales se filtraban a las tiendas de campaña donde estaban los niños. Son comunes las agresiones sexuales, los ataques con navaja y los intentos de suicidio.
Estas situaciones han avivado las acusaciones de que se ha dejado deteriorar el campamento para desalentar la migración y que se han malversado los fondos otorgados por la Unión Europea para ayudar a que Grecia atienda a quienes solicitan asilo. A fines de septiembre, la agencia antifraude de la Unión Europea anunció que se hará una investigación.
En los momentos más difíciles de la crisis migratoria en Europa en 2015, Moria únicamente era una estación de paso cuando decenas de miles de solicitantes de asilo —muchos que huían de las guerras de Siria, Irak y Afganistán— pasaban por esa región de camino hacia la parte norte de Europa. Posteriormente, la cantidad era tan grande que solo los dejaban pasar.
Los países de la Unión Europea intentaron controlar gradualmente el paso con el cierre de las fronteras internas y con la construcción de campamentos en lugares como Lesbos, adonde llegaron muchos de los refugiados. Ahora están varados aquí.
En la actualidad, Moria es el símbolo más visible de la dura política europea hacia los migrantes, la cual ha reducido drásticamente la migración no autorizada, pero a un costo humanitario y ético que los detractores consideran muy grande.
Fuera de Europa, la Unión Europea ha cortejado a los gobiernos autoritarios de Turquía, Sudán y Egipto, mientras que Italia ha negociado con los caudillos de Libia, en un esfuerzo exitoso para restringir la afluencia de migrantes hacia el Mediterráneo.
Dentro de Europa, quienes todavía llegan a las islas griegas —cerca de 23.000 han llegado este año, en comparación con los 850.000 que lo hicieron en 2015— deben permanecer en campamentos como Moria hasta que sus casos sean resueltos. Pueden pasar hasta dos años antes de que los solicitantes de asilo sean enviados de regreso a su país o puedan seguir adelante.
“He visto algunos campamentos y situaciones espantosas”, señaló Louise Roland-Gosselin, jefa de misiones en Grecia de Médicos sin Fronteras, quien pasó cinco años en zonas de crisis en Congo y Sudán del Sur. “Debo decir que Moria es el campamento en el que he visto más sufrimiento”.
El principal psiquiatra del grupo en Lesbos, Alessandro Barberio, afirmó que nunca había visto un número tan abrumador de casos de enfermedades mentales graves. De las aproximadamente 120 personas que su equipo tiene la capacidad de atender, a la mayoría se le han prescrito medicamentos antipsicóticos.
“Moria se ha convertido en el detonante de manifestaciones agudas de psicosis y trastorno de estrés postraumático”, afirmó Barberio.
El Comité Internacional de Rescate, un grupo humanitario con menor presencia en la isla, señaló que han intentado suicidarse casi una tercera parte de las 126 personas que sus trabajadores psicosociales han evaluado en Moria desde marzo.
La mayoría de los residentes del campamento son refugiados sirios, iraquíes y afganos, muchos de los cuales han sufrido traumas de guerra, exacerbados por las condiciones de inmovilidad y sobrepoblación.
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