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19 marzo, 2010
Bernardo Kliksberg-Los impactos invisibles de la crisis
Bernardo Kliksberg
La crisis económica mundial, la mayor en 80 años, ha tenido fuertes impactos en los altos niveles de pobreza y desigualdad de América latina. Los impactos humanos de la crisis han sido con frecuencia marginados, o puestos al costado, en su tratamiento mediático. La atención se ha enfocado en las consecuencias financieras y macroeconómicas de la crisis, sin dar la atención que correspondía, a sus efectos sobre la gente, en definitiva objetivo fundamental de la economía.
La expresión frecuente en voces económicas influyentes en la región, y a nivel internacional: “ya salimos de la crisis, todo anda mejor, menos la desocupación” retrata todo un modo de razonar la realidad. Si la meta básica de la economía, generar trabajos decentes para todos, no se cumple, en realidad lo que no funciona es lo más importante de todo.
La población de América latina inició el año 2010, con 9 millones más de pobres que la elevada cifra que había a inicios del 2009. La población en pobreza pasó de 180 a 189 millones. Los indigentes, aquellos que aun cuando dedicaran todos sus ingresos igual no alcanzarían a comprar el mínimo de alimentos necesarios, aumentaron de 71 a 76 millones. Ello significa que el aumento de la pobreza estuvo integrado en un 55% por un incremento de la peor de sus formas, la pobreza extrema.
El porcentaje de pobres de la región ascendió al 34.1%, y la indigencia al 13.7%. Más de una de cada tres personas, son pobres, en uno de los Continentes más ricos potencialmente del planeta, bendecido por la Divinidad, con reservas enormes de materias primas estratégicas, posibilidades excepcionales de producción de alimentos, un tercio de las aguas limpias de todo el orbe, múltiples fuentes de energía barata, una excelente ubicación geoeconómica, y un gran potencial turístico.
Las paradojas son tan fuertes como el hecho de que produciendo América latina alimentos para tres veces su población actual, el 16% de los niños sufre de desnutrición crónica. El tema de los alimentos no es en América latina un tema de producción, sino centralmente de acceso a ellos.
Según se estima, la crisis destruyó en el 2009, no menos de 2,5 millones de empleos en la región. La tasa de desempleo abierto pasó de 7.5% a 8.5%. El total de desocupados llega a 18.400.000. Pero además aumentaron todo tipos de formas de trabajo que violan la idea de trabajo decente, entre ellas el trabajo informal, los empleos en negro, los trabajos sin protección social alguna, y se contrajeron los empleos a tiempo completo.
La OIT estima que en el año se sumaron 5 millones más de “trabajadores pobres” a los que están en esa categoría. Son personas que tienen trabajo pero su ingreso es menor al necesario para no estar en pobreza.
La crisis agravó las agudas desigualdades latinoamericanas, las mayores comparativamente de cualquier región del mundo, que son una causa central de por qué un continente tan rico tiene tanta gente pobre.
Según los últimos datos de la ONU (Informe de Desarrollo Humano 2009), la brecha entre el 10% más rico, y el 10% más pobre, es en Noruega de 6.1 veces, en Japón de 4.5, en España de 10.3. En América latina esas cifras se multiplican de 5 a 10 veces. En Colombia la brecha es de 60.4 veces, en Honduras de 59.4, en Brasil de 40.6 (con mejoras en los últimos años). La ciudadanía resiente agudamente los niveles de desigualdad de la región. El 79% los considera “injustos”.
Los pobres están sufriendo mucho más la crisis. Entre los más afectados están los niños, las mujeres y los jóvenes. Entre los niños menores de 15 años, la pobreza es 1.7 veces mayor que los promedios de pobreza. Entre las mujeres es 1.15 veces mayor. Las tasas de desocupación de los jóvenes casi triplican las regionales. Cerca de uno de cada cuatro jóvenes está fuera del sistema educativo, y del mercado de trabajo.
Ello significa una gran población joven, fuera de toda inserción social, que en su desesperación, y en muchos casos ante la falta de marcos familiares puede ser vulnerable al delito.
La crisis está teniendo un impacto de alta regresividad en los diversos países de la región que tenían elevadas remesas migratorias. Dichas remesas, los ahorros que los inmigrantes pobres latinoamericanos que se fueron en las últimas dos décadas envían a sus familias en sus países de origen son la segunda fuente de ingresos de México. Representan del 18 al 24% del Producto Bruto de Honduras, Guyana, Haití, Jamaica y El Salvador, y el 6.6 al 12.1% del Producto Bruto de Nicaragua, Guatemala, República Dominicana, Bolivia y Ecuador.
Son un caso ejemplar de la fuerza de la familia en la región. Millones de inmigrantes pobres a USA, y otros países que enviaban 8 veces al año pequeños ahorros de 200 a 300 dólares, sacándolos de sus muy magros ingresos ganados con duro trabajo. Lo hacían ante todo según las encuestas por lealtad familiar. Las remesas daban ayuda a 20 millones de familias latinoamericanas pobres. Eran una de las mayores redes de protección social de todo el continente. Las familias que las recibían las gastaban casi íntegramente en alimentos, educación y salud.
Muchos de los que las enviaban han perdido total o parcialmente sus empleos en USA, España, y otros países. La tasa de desocupación de la población hispana es a fines de enero del 2010 en USA del 12.7%, casi un 30% mayor que la elevada tasa de desocupación general que es del 9.7%.
Las remesas han disminuido en el 2009, según los cálculos iniciales en no menos de un 11%, agravando la situación de las familias pobres de la región que las recibían.
La crisis mundial no ha pasado “por arriba” de la población en América latina. A través de estos y otros impactos, ha agudizado las importantes brechas sociales previas. Urge ponerlos en el centro de las prioridades, y redoblar la acción.
(*) Profesor Honorario de la Universidad de Buenos Aires. Asesor Principal de la Dirección del PNUD/ONU para América Latina 7
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