28 noviembre, 2017

Boletín: Prisiones de altamar

https://www.nytimes.com/es/2017/11/21/guardia-costera-eeuu-prisiones-alta-mar/?em_pos=large&emc=edit_bn_20171123&nl=boletin&nlid=79319775&ref=headline&te=1

Guantánamos flotantes’: Las prisiones de altamar de EE. UU.

 

En las noches, cuando caía la lluvia de noviembre y no había dormido en absoluto, Jhonny Arcentales tenía visiones de sí mismo muerto y de que su cuerpo era arrojado al oscuro mar. Se imaginaba a su esposa y a su hijo adolescente lanzando su ropa en una fosa en un cementerio y una reunión en la iglesia local para su funeral. Habían pasado más de dos meses desde que Arcentales, un pescador de 40 años de la costa central de Ecuador, había salido de su casa y le había dicho a su esposa que regresaría en cinco días. El grillete que lo sujetaba por el tobillo lo mantenía encadenado a un cable a lo largo de la cubierta del barco en todo momento, excepto cuando hacía la travesía ocasional, vigilado por un marino, para defecar en una cubeta. La mayor parte del tiempo, no podía moverse más allá de un brazo de distancia sin chocar con el siguiente hombre encadenado. “El mar antes significaba libertad”, me dijo el ecuatoriano. A bordo de ese barco, sin embargo, “era lo opuesto. Era como una prisión a mar abierto”.
Durante el día, Arcentales se paraba contra la pared y miraba hacia el agua; su mente quedaba en blanco por un momento y al siguiente se llenaba de pensamientos sobre su esposa y su hijo recién nacido. No había hablado con su familia, aunque todos los días solicitaba llamar a casa. Cada vez sentía más pánico y temía que su esposa pensara que estaba muerto.
Arcentales tenía hombros anchos y musculosos tras veinticinco años de jalar redes de pescar del mar. Sin embargo, a bordo del barco podía sentir cómo su cuerpo se encogía por una nutrición deficiente —apenas un puñado de arroz y frijoles— y por la inmovilidad. “En cuantos nos parábamos nos daban náuseas; la cabeza nos daba vueltas”, recuerda. Los veintitantos prisioneros a bordo del navío —ecuatorianos, guatemaltecos y colombianos— a menudo pasaban la noche de pie, con dolor de espalda, su cuerpo helado por el viento y la lluvia, esperando que saliera el sol y los secara.

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