Más que Siria, ahora es Irán el que se halla en el vórtice del enfrentamiento este-oeste. El público asiste estupefacto a los virajes cotidianos de Washington en lo que se interpreta, erróneamente, como una marcha hacia la guerra entre Estados Unidos y la República Islámica. No es Irán el verdadero objetivo de Washington. Felizmente, los Dos Grandes han demostrado, a lo largo de 75 años, que son razonables y siempre han sabido ceder en algún momento antes de llegar a destruirse mutuamente.
sistimos en este momento a una agravación aparente de la tensión entre Washington y Teherán. Como acostumbra a hacerlo, el presidente estadounidense Donald Trump alterna amenazas y proposiciones de negociación. El 21 de junio llegó a ordenar un ataque contra Irán, pero canceló la operación minutos antes del inicio de los golpes contra los blancos designados. El problema es que esa manera de proceder, que ya ha permitido a Trump obtener varios éxitos en Occidente, carece de eficacia ante la sicología de los persas [1]. Entonces, ¿realmente está tratando Trump de impresionar a Irán?
La actitud de los estadounidenses debe ser interpretada relacionándola no sólo con su política en el Medio Oriente sino también con su política mundial [2]. Más que un conflicto con Irán, lo que hoy está en juego es el equilibrio este-oeste.
La primera preocupación de Estados Unidos, desde la Segunda Guerra Mundial, es su rivalidad con la Unión Soviética y actualmente con Rusia. Desde la primera conferencia de Ginebra sobre el conflicto en Siria, realizada en junio de 2012, Moscú se ha dado a la tarea de convertirse en garante de la paz regional, junto a Washington y en igualdad de condiciones. Esa manera de reequilibrar las relaciones internacionales fue concebida bajo los auspicios del ex secretario general de la ONU Kofi Annan. El acuerdo firmado en Ginebra –en presencia de los demás miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, así como de Turquía como representante de la OTAN y de Irak, Kuwait y Qatar en representación de la Liga Árabe, pero sin participación de los protagonistas del conflicto sirio, no resistió más de una semana. Aquel fracaso llevó a Kofi Annan a abandonar el escenario mientras que varios miembros de la OTAN entraban en guerra contra Siria.
Aquel proyecto acaba de ser reexaminado, el 24 de junio, por los consejeros de seguridad nacional de Estados Unidos, Israel y Rusia y podría poner fin a la estrategia destructiva trazada por el secretario de Defensa de George Bush hijo, Donald Rumsfeld, y el almirante estadounidense Arthur Cebrowski [3]. Seguramente John Bolton se resistió y Meir Ben-Shabbat trató de percibir de qué lado soplaba el viento mientras que Nikolai Patruchev ironizaba sobre las ventajas comparadas de las derrotas estadounidenses y los éxitos militares rusos.
Fue en ese contexto –y no precisamente en función de sus afinidades proisraelíes– que Estados Unidos concibió el «Trato del Siglo» sobre Palestina, cuyos primeros elementos económicos acaban de anunciarse y serán objeto de discusión en Manama.
La segunda preocupación de Estados Unidos ante Irán es la del Pentágono: impedir que la República Islámica reactive el programa nuclear que Estados Unidos había propuesto al shah Mohamed Reza Pahlevi. Pero el hecho es que, al contrario de lo que afirman los comentarios de los ignorantes que la prensa occidental se obstina en divulgar, Irán no está interesado en dotarse de la bomba atómica desde que el imam Khomeini emitió una fatwa que condena las armas de destrucción masiva como algo incompatible con el islam. La realidad es que, como lo demuestran incluso los archivos secretos iraníes revelados por el propio primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu, las investigaciones nucleares de Irán sólo tienen que ver con la concepción y fabricación de un generador de onda de choque, única y exclusivamente [4]. Ese tipo de generador puede ciertamente ser parte de la fabricación de una bomba atómica, pero no es ese el objetivo de Irán.
En realidad, se desconoce el objetivo de Teherán y por qué el Pentágono se empeña en crearle obstáculos.
La tercera preocupación de Estados Unidos es la de la administración Trump: reactivar el empleo en suelo estadounidense, lo cual implica al mismo tiempo reequilibrar los intercambios comerciales del país, sobre todo con China, y mantener los precios del petróleo en un nivel que garantice la rentabilidad de los hidrocarburos estadounidenses de esquistos –a alrededor de 70 dólares el barril. Es por eso que Estados Unidos está empeñado en impedir que Irán, Venezuela y Siria puedan vender su petróleo en el mercado internacional, al menos hasta el año 2025, y trata de bloquear el acceso de la Unión Europea a los hidrocarburos rusos [5].
Rusia –cuyos hidrocarburos aportan la parte fundamental de los recursos financieros de ese país– está tratando de frenar la caída de los precios. Firmó un acuerdo en ese sentido con la OPEP y ha reducido voluntariamente su propia producción, razón por la cual está posponiendo el inevitable enfrentamiento con Washington sobre esa cuestión en espera de que se constituya la nueva Comisión Europea. Si la Unión Europea cediera nuevamente ante Washington y prohibiera la importación de gas ruso, Moscú aceptaría una reducción de los precios para garantizar la venta de su producción, con lo cual probablemente arruinaría de hecho la industria estadounidense de hidrocarburos de esquistos. Eso modificaría la repartición de las cartas en ese juego y Estados Unidos ya no tendría entonces interés en seguir oponiéndose a las ventas de petróleo iraní, venezolano y sirio.
Pero también resulta que China podría decidir reducir sus exportaciones hacia Estados Unidos y redirigirlas hacia su propio mercado interno, hoy floreciente. Sin embargo, eso no significa que China pueda garantizar de forma duradera a su economía la energía que esta necesita a un precio inferior al precio actual del mercado. Mientras que la Unión Europea se pliega a regañadientes a la prohibición estadounidense de comprar petróleo iraní, Pekín se enfrenta a Washington y trata de continuar sus importaciones de hidrocarburo, aunque lo hace a un ritmo menos intenso. Para no tener que verse obligado a reaccionar ante ese desafío chino, Washington se plantea “autorizar” a China la compra de pequeñas cantidades de petróleo iraní. Un verdadero acuerdo, incluso tácito, podría permitir a Estados Unidos, Irán y China seguir desarrollándose.
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