La ilusión de que Daesh está acabado
La caída del Califato y la dispersión de los yihadistas del Emirato Islámico han iniciado un periodo de reciclaje de estos terroristas. Considerados, según los casos, fanáticos o simples sicópatas adscritos a una ideología, estos individuos son ahora cortejados por los países y transnacionales que ya fueron indirectamente sus empleadores. Este artículo describe el panorama que se presenta a los terroristas en esta “segunda oportunidad” y lanza una importante advertencia sobre la complacencia de las potencias occidentales ante la ideología de Daesh, que es la ideología de la Hermandad Musulmana.
on la caída del Emirato Islámico (Daesh), los dirigentes del mundo entero se plantean ahora una serie de interrogantes sobre la reconstrucción de Irak y de Siria. Pero hay en suspenso otras cuestiones mucho más difíciles, de las que no se plantean en público.
Al término de toda guerra de carácter ideológico, como las guerras de religión europeas del siglo XVI o la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX, se plantea la cuestión del futuro de los soldados vencidos. Muchos de ellos han perpetrado crímenes atroces y no parece entonces posible reintegrarlos a las sociedades victoriosas.
Después de haber perdido sucesivamente la ciudad iraquí de Mosul y las ciudades sirias de Raqqa, Deir es-Zor y Bukamal, el Califato ya no controla territorios. El fin del «Estado Islámico», otra de las denominaciones que Daesh recibió en Occidente, es consecuencia del abandono –por parte de Estados Unidos– del proyecto de «Sunnistán» que debía bloquear la Ruta de la Seda en Irak y en Siria (se trata del plan publicado en 2013 por Robin Wright [1], que fue cancelado por el presidente Donald Trump en mayo de 2017). En definitiva, los yihadistas fueron derrotados por los ejércitos de Irak y Siria.
Durante 3 años, la coalición anti-Daesh encabezada por Estados Unidos alternó sus bombardeos aéreos ineficaces con lanzamientos en paracaídas de cargamentos de armas que “por error” terminaban en manos de los yihadistas, práctica ampliamente demostrada y denunciada por el Parlamento iraquí. Esa coalición sólo tuvo un papel decisivo en la batalla de Mosul, donde trató de exterminar a los yihadistas arrasando por completo la ciudad.
En 2015, el Califato disponía de unos 240 000 combatientes:
40 000 yihadistas, miembros de Daesh;
80 000 miembros de la Orden de los Naqchbandis, ex soldados del ejército iraquí licenciados por Paul Bremer desde el inicio de la ocupación de Irak por la coalición creada por Estados Unidos para invadir ese país;
120 000 miembros de las tribus sunnitas del oeste de Irak, descendientes de combatientes yemenitas.
40 000 yihadistas, miembros de Daesh;
80 000 miembros de la Orden de los Naqchbandis, ex soldados del ejército iraquí licenciados por Paul Bremer desde el inicio de la ocupación de Irak por la coalición creada por Estados Unidos para invadir ese país;
120 000 miembros de las tribus sunnitas del oeste de Irak, descendientes de combatientes yemenitas.
No hay cómo determinar actualmente cuántos de esos elementos murieron en combate ni cuántos nuevos yihadistas fueron trasladados al teatro de operaciones durante la guerra. A pesar de lo que dicen diferentes actores, lo cierto es que no se sabe cuántos son actualmente y que la única referencia existente son las cifras anteriores.
Si bien los 200 000 iraquíes que se habían unido a Daesh se han fundido nuevamente con la población sunnita iraquí, cabe preguntarse ¿qué hacer con los 40 000 criminales ya experimentados y curtidos que son los yihadistas extranjeros?
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