Hasta el mes de octubre de 2016 era válida una interpretación del conflicto venezolano como una disputa entre dos burguesías por imponer su modelo de dominación. En ese momento hubo una transformación estructural de la disputa, cuando el gobierno de Nicolás Maduro decidió convertirse en una dictadura. La democracia, con todas y sus limitaciones, era el terreno de juego donde todas las fuerzas políticas y sociales podían impulsar una transformación, teniendo como herramientas esas libertades democráticas que, como sabemos, costaron mucha sangre, sudor y lágrimas alcanzarlas. Si la policía asesinaba a un compañero, podíamos denunciarlo ejerciendo la libertad de prensa y expresión y tener la expectativa que los asesinos algún día serían castigados precisamente por esa justicia formal, con todos los adjetivos que deseemos acompañarla. En dictadura sencillamente había que abandonar esas ilusiones y prepararnos o para la resistencia o para la dominación.
Desde ese día hicimos muchas cosas para alertar, adentro y afuera, la gravedad de lo que estaba pasando. En el 2017 fuimos parte de la multitud que en toda Venezuela se movilizó por un cambio, pagando un precio muy alto por ello, en muertos, heridos y exiliados sociales. No fue sino hasta que los miles de venezolanos migrantes llegaron a los países de la región que algunas organizaciones comenzaron a escuchar lo que denunciábamos. Durante mucho tiempo, pero especialmente bajo la dictadura de Maduro, las fuerzas y grupos internacionales de izquierda, salvo excepciones, nos dejaron solos, le dieron la espalda al creciente rugir del pueblo venezolano, hoy una absoluta mayoría, por una transformación del estado de las cosas. En este camino muchos de los jóvenes que protestaban en la calle no podían encontrar referentes en las izquierdas, muchas de ellas por ser cómplices es su silencio, otras abiertamente apoyando, hasta última hora, al autoritarismo y la coerción por hambre y humillación.
Luego de la muerte de Chávez y hasta enero de 2019, para muchos de los progresismos Venezuela se convirtió en un tema incómodo, políticamente incorrecto en su deriva totalitaria. Se dejó de hablar sobre la revolución bolivariana porque era mejor pasar la página. Ahora muchos de los que callaron, conscientemente, ahora denuncian el protagonismo “de las derechas” y del “imperialismo” en la resolución del drama en nuestro país. Los mismos que dejaron la cancha sola, que nunca tuvieron la intención de salir de la camisa de fuerza de las ideologías para escuchar el sufrimiento de las personas de carne y hueso y tener una respuesta a ello.
Hoy, cuando las muchedumbres están desesperadas por un cambio de rumbo, que los saque de la agobiante miseria que padecen y que los obliga a irse, literalmente, caminando sobre la frontera, el liderazgo lo ha asumido la presidencia de la Asamblea Nacional, que guste o no, fue votada por 14 millones de personas. Quien contiene al autoritarismo desbocado del madurismo no es ninguna coalición de fuerzas izquierdistas, sino los países del mundo que por sus propias razones han decidido darle fecha de caducidad al bolivarianismo en el poder. Esta cartografía del conflicto la definió, para volverlo a reiterar, la inacción de las izquierdas y progresismos del mundo, que razonaron y actuaron dejando a su suerte al pueblo venezolano
No es lo mismo la democracia, imperfecta todo lo que se argumente, a la dictadura. No me cabe en la cabeza ningún activista que, en la España de los cincuentas, hubiera balbuceado siquiera la consigna “Ni Dictadura ni Transición”. O pongámoslo más cerquita, en el Perú de los 90´s, “Ni Fujimori Ni Toledo”. A este despropósito es el que nos convocan, algunos, el día de hoy
Se puede ser todo lo antiTrump que se desee y, a su vez, estar en contra de todo lo que representa Nicolás Maduro. Yo mismo lo soy. Lo intolerable es asumir una posición que se niegue a incidir en los acontecimientos. Cualquier contención la podemos construir con las multitudes en movimiento. Pero para eso hay que estar en la calle junto a ellas. No invitándolas a la pasividad y la desmovilización
Lo Mismo Y Lo Otro
En Venezuela, todos hablan de dos oponentes, dos intereses, dos salidas: Maduro contra Guaidó. Para algunos, la dictadura contra la democracia. Para otros, el imperialismo contra la soberanía nacional.
Fabián Harari (*)–Perfil 1/02/19
En Venezuela, todos hablan de dos oponentes, dos intereses, dos salidas: Maduro contra Guaidó. Para algunos, la dictadura contra la democracia. Para otros, el imperialismo contra la soberanía nacional. Ninguna de estas oposiciones representa el problema real, porque el chavismo y la oposición se parecen demasiado. Pensemos en las libertades democráticas. Es cierto que en Venezuela gobierna una dictadura militar. Maduro dio su propio golpe en mayo de 2017.
Hoy, los partidos opositores están proscriptos. Dirigentes sindicales y de izquierda son perseguidos sistemáticamente. Los militares se hicieron con las principales empresas estatales y son quienes realmente manejan el poder. Además de la fuerza militar, el régimen cuenta con organizaciones paramilitares como la Organización para la Liberación del Pueblo (OLP) que ya lleva más de mil activistas muertos desde el año pasado. Curiosamente, lejos de realizar un “golpe”, los militares defendieron al gobierno y asesinaron a 26 manifestantes. ¿Guaidó se opone a todo esto? Nada de eso: apela a los militares. Ya les propuso, incluso, una “amnistía” para todos sus crímenes. No dijo nada sobre desmantelar las fuerzas paramilitares ni sobre los dirigentes sindicales presos. Es decir, se va a hacer sostener por los mismos elementos criminales que sostuvieron a Maduro
Sigamos con la “injerencia extranjera”. Es cierto que a Guaidó lo apoya Trump (pero no los demócratas). Una invasión es altamente improbable y sería un escándalo que EE.UU. no está dispuesto a afrontar. Por su parte, Maduro tiene el apoyo del imperialismo chino-ruso, con despliegue de tropas extranjeras y todo…
Vayamos a la economía. Se acusa a Guaidó de querer imponer un plan de ajuste “brutal”, sin tener en cuenta que el ajuste llevado adelante por el chavismo es uno de los más sanguinarios de la historia económica mundial reciente: 1.600.000% de inflación en 2018. El 70% de los venezolanos está por debajo de la línea de pobreza. Hay 4 millones de exiliados por el hambre. Ahora comenzó un proceso de privatización de empresas estatales para buscar fondos. Si eso no es ajuste…
¿Guaidó propone algo diferente? Para nada. Su única propuesta es el “corredor humanitario” para ayuda alimentaria. Que es simplemente cambiar el nombre de lo que hoy hace el chavismo. Es decir, unos y otros son lo mismo: dos bloques que defienden diferentes alianzas de empresarios locales con sus pares extranjeros, apoyados por Estados fuertes. Ahora bien, ¿por qué semejante enfrentamiento?
Hay un elemento interno de arrastre: la forma de procesar la desmovilización social –sobre la que inicialmente se tuvo que apoyar el chavismo– y el lugar del empresariado arribista (“boliburguesía”). Y hay un elemento internacional que aceleró los tiempos: el enfrentamiento internacional entre EE.UU. y China-Rusia. Maduro venía recostándose en este segundo bloque. El escándalo estalló cuando, en el proceso de privatizaciones, el gobierno decide vender la empresa que exporta crudo a EE.UU., Petromonagas, a la rusa Rosneft. Y sin embargo falta algo más, un tercer actor no contemplado por nadie y que dificulta una salida “negociada”: la entrada en escena de la clase obrera más empobrecida. Venía manifestándose muy esporádicamente y era muy rápidamente reprimida.
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