06 DE DICIEMBRE DE 2017 06:09 PM
ACTUALIZADO 07 DE DICIEMBRE DE 2017 09:44 AM
ANGUILA
- Bajando por un estrecho camino de tierra se llega a un pequeño bar en una isla. Carla, de 37 años, camina ansiosamente de un lado a otro en la entrada. Está esperando noticias de su hijo, que está a 600 kilómetros de distancia y enfermo. Esta mañana le transfirió dinero a su madre para que comprara una medicina para el niño, pero la mujer no estaba segura de poder encontrarla.
“Duele más ver a mis seres queridos sufriendo que sentir tu propio dolor”, dice. Habla como alguien que ha estudiado mucho, algo extraño en este lugar.
Finalmente su madre la llama. Encontró la medicina a través de los comerciantes del mercado negro, los llamados bachaqueros. Costó mucho más de lo normal, pero al menos pudieron conseguirla.
“Esa es la razón por la que estamos aquí”, dice. “Llegó el momento en las cosas se pusieron tan mal, cuando no teníamos comida, ni dinero, no podía cuidar a mis hijos y dije: ‘¡Ya! ¡Basta!’ “Era irme yo o verlos morir”.
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